Cuéntame un cuento: `Piezas rotas´, por David P. Yuste


Hoy tenemos una nueva entrega de esta sección semanal llamada Cuéntame un cuento, donde publicaremos relatos elegidos de entre todos los que nos lleguen con la idea de, cada año, publicar una antología con los que más gusten. ¿Os animáis? ¡Pues a qué estáis esperando! Enviad vuestros escritos, sean del género que sean, en formato Word (2-5 páginas) a webchicasombra@gmail.com

En esta ocasión el seleccionado ha sido `Piezas rotas´, del autor David P. Yuste. ¡Adelante con él!



VINCENT MCGEE, ONCE AÑOS.

Todo ocurrió muy deprisa, tanto que no tuve tiempo para despedirme de él. Pero no estoy enfadado, porque sé que en el fondo ha sido lo mejor. Ahora que no está, todo va a ser mucho más fácil. Pasaba demasiado tiempo en casa y eso solo lo complicaba todo. 
Luego estaba el tema de la botella. A Madeleine le hacía reír, pero ella es solo una mocosa y no entiende de nada. Yo, sin embargo, lo odiaba. Siempre olía raro y cuando no estaba dormido, roncando y poniendo todo mojado el brazo del sillón, estaba enfadado o rompiendo alguna cosa. Ya no era como antes, nunca jugaba con nosotros y tampoco nos llevaba al parque, y encima ayer me volvió a gritar sin motivo. Así que sí, creo que es lo mejor que podía haber pasado. 

Al principio tuve un poco de miedo y no sabía muy bien qué era lo que pasaba. 
Cuando llamaron a la puerta, papá solo llevaba puestos unos calzoncillos, como casi siempre que estaba por casa. La tele estaba encendida y por la NBC estaban echando un capítulo repetido de Alf. La verdad es que no entiendo muy bien todas las bromas, pero me hace mucha gracia cuando ese extraterrestre peludo intenta comerse al gato de la familia. Yo estaba sentado en una de las sillas, muy cerca de la pantalla, distraído con el episodio, mientras que Madeleine jugaba sobre la alfombra con una de sus estúpidas muñecas. Volvieron a golpear la puerta, pero esta vez más fuerte. Para llamar hay que usar los nudillos porque el timbre no funciona. Papá fue a abrir, parecía furioso, como si quisiera pegar a alguien. Acababa de coger una cerveza de la nevera y casi se la tira encima cuando se levantó de un salto de su sofá. Desde donde estábamos no podíamos verlo, pero me imaginé que sería Roxanne, la vecina de al lado. La mayor parte de las tardes las pasamos con ella, ya que mamá a esa hora nunca está en casa. 

Estuvo un rato ahí, hablando con alguien, y yo seguía mirando la tele como si nada. Entonces, desde la entrada escuchamos unos gritos y vimos entrar a papá corriendo en la sala de estar mientras unos hombres le perseguían. Yo me escondí detrás del viejo butacón de la abuela que seguía en su mismo lugar, aunque hacía años que se había ido al cielo. Se oyeron ruidos como de cristales que se rompían. Madeleine chillaba y lloraba como si acabara de ver un monstruo terrible que estuviera a punto de llevársela a rastras. Aquellos hombres estuvieron a punto de pisarla cuando intentaban acorralar a papá. Cuando por fin consiguieron echarse encima suyo, tumbaron de un empujón una de las estanterías repleta de libros viejos. Yo me encogí todo lo que pude en mi escondite improvisado mientras mi hermana berreaba y se tapaba las orejas con ambas manos como una boba. Papá, por su parte, seguía luchando con aquellos dos hombres que vestían de azul. Al principio pensé que iban a matarlo. Sentí miedo de que luego pudieran venir a por mí. Pero no fue así. Uno de los hombres consiguió agarrarlo por los brazos y lo tiró al suelo, a la vez que el otro le ponía la rodilla en la espalda. Cuando les vi sacar del cinturón aquellas esposas tan brillantes supe que eran policías. 

Yo siempre había querido unas, me encantaba el clic que hacían al cerrarse. Las había visto en muchas películas y sabía que siempre se las ponían a los malos. Me pregunté por un momento si mi padre era uno de ellos. La verdad es que nunca había entendido bien qué era lo que realmente diferenciaba entre tantos disparos y muertes a los malos de los buenos. 
En ese momento entró Roxanne a través de la puerta que daba al salón. No me había dado cuenta hasta ese momento, pero había estado ahí todo el tiempo. Se acercó hasta mi hermana y la apretó entre sus brazos, consiguiendo solo así que se calmara un poco. Luego me buscó con la mirada y, cuando me vio, me llamó por mi nombre y me hizo gestos exagerados con una de las manos para que fuese hasta ella, mientras que con la otra estrechaba a Madeleine contra su pecho. Juntos salimos hasta el pasillo que había fuera de casa y que comunicaba todas las puertas de esa planta. Mientras tanto, podíamos oír cómo papá gritaba y seguía forcejeando sin entender muy bien cuál era el motivo de todo aquello. Un rato después, ya más calmado, lo sacaron por la puerta de casa y lo bajaron escaleras abajo, supongo que como en las pelis, hasta un coche patrulla en el que lo llevarían con las luces y la sirena puestas hasta la comisaría más cercana con otros malos. Mamá no se enteró de nada, y cuando llegó ya era de noche y habían pasado muchas cosas.
Pensándolo de nuevo, creo que aunque no me hace mucha gracia que se hayan llevado a papá, es lo mejor que podía pasarnos. Sí, después de todo lo ocurrido estoy completamente seguro de que es así.

ROXANNE PERKINS. VECINA DE LA FAMILIA MCGEE.

Aquel revuelo había provocado que todos los vecinos del edifico, sin excepción, estuviesen al tanto de lo ocurrido en solo unas horas. La única que aún no se había enterado de nada era Joanne. Claro que, debe de resultar bastante complicado cuando te pasas la mayor parte del día en el bingo con tus amigas gastándote el poco dinero que entra en el hogar y delegas en otros para que cuiden de tus hijos. Con esto no pretendo juzgar a nadie, que Dios me libre de ello. Están pasando una mala racha y seguro que la pobre desdichada ve en el juego una válvula de escape, una manera como otra de huir de los problemas. Pero también pienso que, cuando se tienen responsabilidades, y más teniendo dos pequeños a tu cargo, debes de ser fuerte y anteponer el bienestar de esas dos criaturitas. Probablemente nada de todo esto habría ocurrido si Joanne pasara más tiempo en casa con ellos. 

Sé que como buena cristiana he hecho lo correcto y no debo arrepentirme de ello. No podía consentir que mis dos angelitos siguieran sufriendo, no a manos de ese monstruo, de ese animal sin corazón. Soy incapaz de quitármelo de la cabeza. Solo lamento no haberme dado cuenta de ello mucho antes. Tenía que haber estado más atenta y ser capaz de atar todos los cabos: cómo le hablaba a Joanne y le gritaba constantemente, las borracheras y su incapacidad para mantener un solo trabajo sin que lo echaran a los pocos días... Pero no quería creerlo. Aun me entran escalofríos al recordar cómo agarró del brazo aquella tarde a Vincent. Toda esa fuerza innecesaria y desmedida, la manera en que lo zarandeaba y le voceaba mientras lo arrastraba hasta la casa. Temí que pudiera llegar a partirle algún hueso, pero por fortuna no fue así. Y todo porque se había entretenido jugando en las escaleras con Madeleine cuando subían de vuelta desde el colegio. De eso hacía una semana. Fue en ese momento cuando empecé a verle con otros ojos. Incluso llegué a comentarlo y pedirle consejo a una amiga de la parroquia de Saint Joachim. 

¿De veras crees que esos dos pequeños pueden estar sufriendo abusos por parte de su padre? me dijo Susannah visiblemente afectada cuando le relaté lo que había ocurrido frente a mi casa tan solo unos días atrás. 
La verdad, no sé qué pensar, Suze —respondí. 
Puede que tal vez fuese algo fortuito. Me has contado que ese hombre bebe mucho. A lo mejor no se dio cuenta de lo que hacía. Quizás tan solo se tratara de un hecho aislado. 
No lo sé. Precisamente eso es lo que me preocupa, Suze, que bebe demasiado. Por todos los Santos, ¡si su casa apesta a destilería desde el rellano! Si no fuera porque lo veo entrar cada día cargando con esas bolsas de papel llenas de botellas que intenta disimular sin éxito, diría que tiene montado su propio alambique en la bañera. 
¡Jesús, Roxie, no digas eso! 
Lo siento, Suze, pero es la verdad. Además, me preocupan los dos pequeños. Les tengo mucho cariño. Pasan mucho tiempo conmigo, lo cual me agrada enormemente, pero por otro lado tampoco puedo quedármelos todo el día en casa. Tienen un padre y una madre. Además, eso no hace más que empeorarlo todo. Me consta que él se pone hecho una furia si pasan demasiado tiempo fuera de casa. Escucho a través de la pared cómo despotrica cuando los ve entrar por la puerta. Temo por ellos, pero no se me ocurre que puedo hacer. 

Estaba completamente desesperada. En esos momentos tan solo pensaba en proteger a los niños McGee, pero no sabía qué hacer para ayudarles. No me importaba nada más que las almas de aquellos dos pequeños inocentes. Por fortuna, hablar con Susannah aquella tarde me ayudó a ver la luz. Ella me dio la fuerza necesaria para desenmascarar al lobo que se ocultaba bajo aquella falsa piel de cordero. Que Dios bendiga a las amigas como ella. 
Susannah retomó el hilo de la conversación. 
¿Has podido comprobar si hay pruebas físicas de todo esto que me has contado? 
¿A qué te refieres? respondí sin mucha convicción. En realidad me hacía una idea de a donde conducía aquella conversación, y era algo que me causaba auténtico pavor. No quería imaginar qué clase de barbaridades podía haberles hecho ese hombre mientras estaban solos con él.
Bueno, si tus sospechas son ciertas, debe haber indicios de abusos. Moratones, alguna marca. ¿Has visto si alguno de ellos tiene algún tipo de señal en el cuerpo? 

Recuerdo que al escuchar aquello me cubrí la boca con ambas manos, horrorizada. Como he dicho antes, me aterraba lo que podía encontrar si mis sospechas eran ciertas. No obstante, intenté recomponerme. 
No lo sé… yo… no he visto nada de eso. 
Debes asegurarte, Roxanne. 
Y, diciendo aquello, me puso una mano firme en el hombro y, mirándome a los ojos, me dedicó una sincera sonrisa con la intención alentarme. Solo fui capaz de asentir agradeciendo aquel gesto. 
No creí que estuviera preparada para lo que pudiera encontrar. 
Sin embargo, lo hice. 

Al día siguiente, Madeleine y Vincent vinieron, como de costumbre, a verme después de clase. Su madre se había marchado hacía un buen rato y su padre parecía tener planes también, por lo que esa tarde se quedarían a hacerme compañía. 
Les preparé un generoso plato de pasta y nos dispusimos a comer los tres juntos. Madeleine devoraba con ansia los espaguetis que nadaban entre albóndigas y salsa de tomate, mientras que Vincent hacía lo propio también. Cuando acabamos encendimos la televisión y nos sentamos juntos a ver Hotel, una de mis series favoritas de la sobremesa. Me senté a la pequeña sobre mi regazo y su hermano se acomodó, como de costumbre, en el otro extremo, apoyando uno de sus codos sobre el sólido brazo del sofá. Madeleine era muy cariñosa y siempre estaba buscando afecto, gesto que yo agradecía y correspondía siempre que podía. Vincent, por el contrario, había sido un niño distante desde que podía recordar. Casi esquivo. Me daba la impresión de que por algún motivo que no alcanzaba a imaginar le costaba exteriorizar sus sentimientos. Aun así, eso nunca me había impedido que los quisiera a los dos por igual. Supongo que cada uno es como es. Todos somos distintos y expresamos de formas diferentes nuestras emociones. Además, ¿acaso no es cierto que todos somos iguales a los ojos de Dios? 

Mientras veíamos la serie se me ocurrió la idea de hacerle cosquillas a la pequeña. Ella se reía con ganas y se encogía de la risa mientras yo movía los dedos sobre su barriga. Continué jugando con ella, la cual se retorcía y estiraba como una pequeña lombriz de cachetes regordetes, y que poseía la carita más linda que había visto jamás en toda mi vida. Vincent, por su parte, nos miraba de reojo, resoplando. Quizás era su manera de aparentar ser mayor para esos juegos. Entre bufido y bufido, Vincent fingía tener verdadero interés por las escenas que se desarrollaban en la pantalla. 
En una de aquellas idas y venidas, aproveché para levantar un poco la camiseta de Madeleine por la parte de detrás intentando llegar hasta debajo de sus pequeños bracitos para hacerle cosquillas. Tan pronto lo hice me quedé horrorizada por lo que vi debajo de la prenda. La peor de las pesadillas posibles se estaba materializando justo delante de mis ojos. Unas líneas oscuras y amoratadas cubrían de lado a lado la espalda de la pequeña. Madeleine, al percatarse de ello, dejó de reír bruscamente y buscó la mirada de su hermano. Parecía aterrada. Sus ojos suplicantes parecían buscar la complicidad de este. Cuando miré a Vincent estaba completamente pálido, permanecía rígido en su asiento sin atreverse a decir una sola palabra. Por su parte, Madeleine seguía mirando a este y parecía a punto de romper a llorar. Me armé de toda mi fuerza de voluntad e intenté recomponerme lo mejor que pude. No quería que los pequeños sufrieran más de lo que ya lo habían hecho. Aquellas eran pruebas más que suficientes. Estaba decidida a parar toda aquella barbarie. Planté un cariñoso beso en la frente de la pequeña y su rostro se relajó un poco. Luego volví a centrarme en la televisión, aunque la verdad es que ya no pude volver a pensar en nada más que no fuesen aquellas marcas. 

¿Qué tipo de ser cruel e inhumano era capaz de hacerle aquello a una flor tan pequeña y delicada? 
La tarde avanzó lentamente mientras procuraba aparentar toda la normalidad que me fue posible. Vincent no volvió a hablar en lo que quedó de día y se mostró nervioso e inquieto, casi como si se sintiera culpable. ¡Pobres! Ningún niño debía soportar aquella carga ni sufrir semejante crueldad. 
Al día siguiente llamé a la policía y lo denuncié. Poco después, una patrulla se presentó en el piso y yo me llevé a los pequeños a mi casa mientras la policía se llevaba a ese infeliz lejos de ellos, donde no pudiera volver a hacerles daño. 
Que Dios me perdone por las palabras que voy a decir, pero no me arrepiento de haber denunciado a ese hijo de perra. 
Lo he hecho y lo volvería a hacer tantas veces como fuese preciso para salvaguardar la seguridad de estos dos chiquillos. Estoy segura de que a partir de ahora podrán volver a tener una vida feliz o, al menos, tranquila y libre de tanta maldad. 

MADELEINE MCGEE, CINCO AÑOS. 

La señora Perkins me ha preparado un gran baño de burbujas y me ha dicho que iba a llamar a mamá para que viniera a por nosotros. Hasta me ha metido en la bañera un montón de juguetes que guardaba en uno de los armarios. 
Pero no quiero jugar, estoy muy triste. 
Hoy unos señores disfrazados se han llevado a papá, y nadie me dice por qué. A mí me hacía reír y, aunque está casi siempre enfadado, yo le quiero igual. No es su culpa, es lo malo que hay dentro de las botellas que esconde en el mueble alto de la cocina. Se cree que no lo vemos, pero sí que lo hacemos. Muchas, muchas veces. No sé por qué han tenido que portarse tan mal con él. Cuando se lo llevaban le hacían daño. A lo mejor se han enfadado con papá porque ayer la señora Perkins me miró debajo de la ropa y vio los golpes. 
Pero él no tiene la culpa. 
Además, ya le ha dicho que no se hace muchas veces, pero a él le da igual. A quien tienen que llevarse es a Vincent. 
Es malo conmigo. Y me hace daño. Ya no lo quiero y cada vez se porta peor.
Tengo miedo. 
Creo que está detrás de la puerta. Le oigo respirar. Me asusta que entre. No quiero que me haga más daño. 
Quiero gritar, pero no me atrevo. La señora Perkins no viene. ¿Dónde está? 
Vincent sigue detrás de la puerta. Tengo mucho miedo, a lo mejor si me agacho no me ve entre este montón de burbujas y se cansa y se va.
Está girando el pomo. Quiero llorar. Me va a hacer daño. Lo sé. Ya está aquí y está sonriendo como siempre antes de lastimarme. 
Por favor, hermanito no me hagas daño. No seas malo conmigo…

Ojalá se lo llevaran y papá estuviera aquí conmigo para defenderme.


Chica Sombra

3 comentarios:

  1. Buenos días

    Que buen relato. Me ha gustado mucho. Cuando lees el primer párrafo, lo interpretas de una manera. Si una vez leído el relato, vuelves a releer ese primer párrafo, la interpretación es bien distinta. Magistral.

    Enhorabuena por el relato, que te he ha salido redondo.

    Un saludo.

    Juan.

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  2. Hola!!
    Que bueno el relato, te ha quedado super bien :)
    besos

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