Cuéntame un cuento II: `Aquí serás feliz´, por Raúl Arbelo

 

Volvemos con la II Edición de la sección Cuéntame un cuento, donde vosotros sois los protagonistas. Cada domingo publicaremos un relato que seleccionaré de entre todos los que me enviéis a webchicasombra@gmail.com. El género es libre, y la extensión un máximo de 3000 palabras.

Hoy la inauguramos con Aquí serás feliz, de Raúl Arbelo.


La vida había tratado mal a Yolanda, según ella, hastiada de su trabajo de secretaria, con un jefe que la trataba a la patada, un sueldo escaso y una empresa que no la valoraba lo suficiente. Aunque tenía un título universitario en Gestión de Empresas, desde que empezara en ese trabajo nunca se le había dado la oportunidad de ascender. 

Estancada como estaba, no veía el menor indicio de que fuese a prosperar a corto plazo; su jefe se encargaría de eso. Un puto gordo enchufado que no hacía más que mirarla con ojos lujuriosos mientras le entregaba montañas de papeles para que los revisara. 

Ella valía más, lo creía así y estaba dispuesta a demostrarlo. 

El día anterior encontró en su buzón un sobre con una extraña publicidad dentro. En dicho sobre solamente se encontraba una pequeña hoja de una empresa llamada Felizz S.A., una empresa desconocida que garantizaba una felicidad permanente a sus clientes con un eslogan bastante llamativo:

 ¡AQUÍ SERÁS FELIZ! 

Qué podría perder, su vida ya era una mierda, lo era desde que tenía uso de razón, sus padres nunca fueron los más afectivos del mundo, siempre pendientes de su hermana Alba, su hermanita, que era el ángel de la casa. Si Alba rompía algo, es que es una niña muy inquieta, decía su madre entre risas, mientras, si lo hacía ella, no recibía más que palizas e insultos. Parecía que sus padres tuvieran dos personalidades diferentes, una con su hermana y otra con ella. 

Toda su vida empezó a ir cuesta abajo desde que su hermana muriera en un accidente de monopatín fuera de casa, un camión con un conductor despistado había sido suficiente para acabar con su vida, y, hasta cierto punto, con la vida de Yolanda. Poco después de este terrible hecho, su padre abandonó a la familia y su madre se dedicó a la bebida. Hasta que una noche demasiado dura para seguir recordando a su pequeña muerta, cogió un cuchillo y se lo clavó en el pecho en lo alto del único puente del pueblo. Si el cuchillo no terminaba con ella, la caída cumpliría su objetivo. 

Su tía Vicky se había hecho cargo de ella, ni siquiera era su tía real, era una buena amiga de su madre que se había encargado de ella cuando se quedó sola en el mundo. La cuidó como a su hija hasta que se fue a la universidad. Echando la vista atrás, puede que esa sí fuera una buena época. 

Su tía siempre le contaba historias de miedo, cuentos macabros, leyendas de brujas y demonios, que a ella siempre le hacían mucha gracia. 

Era su única vía de escape, cuando se encontraba de bajón o amargada como solía estar la mayoría del tiempo, su tita siempre tenía un momento para hablar con ella por teléfono. 

No la veía desde hacía mucho tiempo, pero eso era mejor que nada. 

Su vida sentimental tampoco era de cuento de hadas, casi todas las parejas que había tenido la habían usado y dejado al poco tiempo, pero lo que le pasó con Peter fue el colmo. Engañarla con su amiga Andrea en su propia cama era la gota que desbordaba el vaso de cianuro que era su existencia. 

Su mejor amiga se había casado hacía unos cuantos años, y su amistad había muerto prácticamente desde entonces. Se veía que un marido perfecto y un par de hijos llorones eran demasiado acaparadores como para poder ver a su amiga de cuando en cuando. Puede que no fueran tan amigas después de todo. 

Parecía que el mundo había decidido que estuviera sola para siempre. 

También estaba el Señor Pelos, su querido gato, hasta que se fue sin decir adiós después de dos años de darle todos los mimos y caprichos. 

A veces oía un maullido en la calle, a lo lejos, en algún descampado o algún callejón. 

Miiiaaaauuu, miaaaauuu. —Escuchaba llamarla. 

Por mucho que lo buscara, nunca lograba dar con él. 

Había decidido que hoy era un día tan bueno como cualquier otro para dar un giro a su vida. 

Se encontraba frente a la puerta de ese edificio alto, lleno de cristaleras, del que no paraban de entrar y salir personas. 

Ojalá puedan ayudarme aquí dijo para sí misma. La otra opción viable que contemplaba era un frasco de pastillas y una botella de algún licor que encontrara por casa. La amargura y la depresión se habían instalado en su vida desde hacía mucho y no tenían intención de buscarse otra inquilina. 

La oficina de Felixx S.A. se encontraba en la sexta planta. Cogió el ascensor, apretó el botón y subió mientras sonaba una melodía rock que no lograba recordar del todo. 

Una vez en la planta y tras salir del ascensor y dar unos pasos para orientarse, se dirigió a la oficina más alejada, en un pasillo con mucha luz y, para su gusto, demasiados cuadros de gente sonriendo por aquí y allá. 

Esperándola detrás de una pequeña mesita, se encontraba una muchacha de pelo negro y corto que no debería tener más de veintidós años, sus ojos azules eran casi hipnóticos y la saludó en cuanto llegó a su altura. 

Buenos días, me llamo Carol, el jefe la recibirá enseguida dijo mientras le dedicaba su mayor sonrisa. 

En cuanto terminó la frase, la puerta doble que se encontraba detrás de ella se abrió de la mano del hombre más atractivo que había visto en su vida. Tan fuerte fue su impresión, que sintió una vibración seguida de una humedad, allí donde hacía tiempo que no sentía nada. 

Buenas tardes, señorita. Por favor, pase por aquí dijo con una voz grave, pero, a su vez, amable y sensual, mientras se echaba a un lado para que ella pasara al interior de la misma. 

De unos cuarenta y pocos años, un metro noventa, piel pálida, un mentón casi cuadrado acompañado de una sonrisa blanca como la nieve que hubiera enamorado a un muerto. 

Sus ojos eran verdes, pero tenían un reflejo azul que hacía que quisieras perderte en ellos con un barco y luego desear que este se hundiera. El olor que desprendía podías sentirlo hasta en el paladar, como si pudieras saborear tus galletas preferidas o aquel batido tan delicioso que probaste de niño alguna vez. Con solo ese aroma se le ponía la piel de gallina. 

Entró en un despacho amplio y lleno de muebles de madera. Una gran mesa se hallaba en la parte más alejada, con un enorme ventanal, desde el cual se podía ver la gran ciudad. 

Por favor, tome asiento dijo amablemente mientras pasaba a su lado y se sentaba en la silla de gran respaldo que acompañaba a esa mesa. 

Yolanda se sentó delante de su futuro marido, se atrevió a soñar. 

Dígame cómo se encuentra le preguntó con su deliciosa voz. 

Muy bien, gracias por su interés, señor... respondió ella tímidamente. 

Me llamo Duncan Cox dijo con esa enorme sonrisa que le hacía latir el corazón a mil por hora. 

Me alegra mucho que haya decidido solicitar nuestros servicios comentaba mientras se apoyaba en su alta silla. 

Apenas se había fijado en que no llevaba el típico traje de ejecutivo, sino una camisa blanca con el cuello abierto acompañada de un pantalón de pinzas negro y unos zapatos a juego, una indumentaria muy sencilla, pero que le quedaba a las mil maravillas. 

No sé muy bien qué métodos usan aquí o de qué manera pueden ayudarme preguntó ella revelando un atisbo de última esperanza. 

Verá, señorita, a nosotros no nos gustan las etiquetas, puede que lo que hagamos aquí se pueda denominar terapia, pero no sé si se aproxima a esa definición. 

Maravilloso, pensó Yolanda, otro loquero que me dirá que la vida es estupenda y que debo ser fuerte y valiente y demás mierdas.

Había leído muchos libros de autoayuda y visitado a psicólogos, incluso a grupos de apoyo, pero nunca le habían proporcionado la menor mejora en su triste vida. 

—Para empezar —dijo él— hábleme de usted. 

Bueno.... Mi nombre es Yolanda Smith, trabajo en Candong Freed y... De repente él levantó la mano derecha y negaba con la cabeza. 

No, no, no, señorita, no me hable de eso, hábleme de usted, quién es usted y cómo ha sido su vida para llegar a este despacho a solicitar nuestra ayuda. —En esos ojos había algo especial, algo que te obligaba a desnudar tu alma como lo hacen los católicos a su párroco de confianza en secreto de confesión. 

Empezó hablándole de su niñez y de cómo había perdido a sus padres y, para cuando se dio cuenta, estaba hablando de su último engaño sentimental bañada en un mar de lágrimas. 

En cuanto vio esto, Duncan se levantó de su silla y se dirigió a un mueble cercano, y sirvió agua de una botella de un cristal exquisito en un vaso del mismo material. 

Se lo acercó acompañado por un pañuelo de la tela más fina y bella que había visto en su vida. Le colocó un brazo en el hombro a modo de consuelo y volvió a su asiento. 

—Muchas gracias, ¡oh, dios mío! Por favor, no me tome como una persona débil, esta vida no ha sido justa conmigo, eso es todo —dijo mientras se secaba las lágrimas y bebía el agua. 

—No se preocupe, señorita, usted no es la primera persona que pasa por esto, todos, en mayor o en menor medida, hemos sufrido de alguna manera, incluso yo he pasado por malas rachas dijo con su amplia sonrisa de seductor. 

—No sabe cuánta gente me ha dicho que yo era su última oportunidad, eso es mucha presión para una persona, ¿sabe? —Y empezó a reír con una alegría y simpatía que no recordaba haber visto en nadie nunca. 

Mientras seguía hablando se dio cuenta que de que ya hacía rato que había empezado su charla, pero Duncan no se había presentado como doctor o psicólogo, ni siquiera como un simple terapeuta. ¿Qué titulación tendrá?, pensó por un momento mientras observaba las paredes en busca de algún diploma. No vio ninguno en absoluto, pero tampoco le importó, se encontraba increíblemente a gusto en su presencia y eso era todo lo que necesitaba en ese momento. 

Siempre estaba sonriendo, dejando que la luz del día bañase esos ojos de jade que la hacían olvidar el sucio mundo en el que vivía. 

Aun no entiendo muy bien cuál es su método de ayuda. ¿Cuál es su fórmula secreta para hacerme feliz? dijo ella con una media sonrisa pícara. ¿Estoy coqueteando? ¡Oh, Dios mío!, pensó mientras se ruborizada. 

—¡Oh, claro! Discúlpeme dijo él mientras se incorporaba—. Verá, aquí ofrecemos la felicidad más absoluta, una felicidad garantizada para el resto de su vida; la felicidad es el sentimiento más grande que hay en este mundo, te podrán decir que es el amor, pero hay amores dolorosos, como el no correspondido, así que aquí nos esforzamos con todo nuestro… ¿Ya se ha dormido? 

*****

La punzada de dolor que sintió hizo que se despertara de golpe e intentó gritar, 

 ¡MMMMMM! Un dolor enorme le recorría ambas mejillas y el interior de su boca. No podía mover la cabeza hacia ningún lado, lo que le sujetaba la cara no le permitía hacerlo. 

Notaba que se encontraba suspendida en el aire y apenas veía nada a su alrededor. 

Me alegra que haya despertado dijo la voz de Duncan desde algún lado. Ha estado inconsciente durante un largo tiempo —decía mientras sus pasos indicaban que se estaba acercando. 

Llegó arrastrando un enorme rectángulo en posición horizontal cubierto por una tela, el cual dejó justo enfrente de Yolanda. Nada más llegar a su lugar, retiró la gasa negra que lo cubría, para dejar ver un enorme espejo y su horrible reflejo. 

Yolanda se encontraba completamente desnuda, suspendida en el aire por una cuerda que le sujetaba ambos brazos sobre la cabeza, su piernas también estaban fuertemente atadas por el mismo tipo de cuerda a la altura de los tobillos, y, directamente ante sus ojos, lo más macabro que había visto en su vida. 

De cada una de sus mejillas sobresalían ganchos, a modo de anzuelo de pesca, que tiraban de su boca hacía afuera, con un ligero ángulo hacia arriba, proporcionando a su cara una sonrisa de lo más terrorífica. 

—¿Qué tal? —preguntó Duncan señalando al espejo mientras él también lo miraba—. He de decir, sin miedo a equivocarme, que es uno de mis mejores trabajos. —Su sonrisa llena de orgullo demostraba que no bromeaba. 

Yolanda solo podía retorcerse e intentar gritar, gesto que la llevó a desgarrarse un poco la mejilla derecha 

—!Mmmmmmmmmm! 

—Sí… ya… no puede hablar, es evidente, le hemos cortado la lengua, pero no se preocupe, para que nuestros clientes no estén incompletos, se la hacemos tragar antes de que despierten dicho esto, puso sus manos tras él, uniéndolas por sus dedos, y la miró de arriba a abajo. 

Al escuchar semejante atrocidad, Yolanda se paralizó por completo, empezando a temblar sin control y dejando escapar de su cuerpo un hilo de orina que acabó derramado en el suelo. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, por el terror y el dolor, pero sobre todo por la confusión que le inundaba hasta el último poro de su cuerpo. 

Al ver la cara de ella, Duncan la miró con todo el cariño que podía y empezó a hablar:

 —Sé que en este momento está confusa, déjeme explicarle, como le dije: nosotros lo que ofrecemos es la más absoluta y rotunda felicidad. ¿Y cuál es la expresión de la felicidad? —le dijo mientras señalaba su reflejo. ¡Exacto! La sonrisa, cualquier persona de este mundo que está feliz sonríe, la sonrisa es la que llena de alegría una habitación o un buenos días cualquiera, hace que se revolucione un corazón enamorado. La sonrisa de la gente hace que gire el mundo, y, querida, la suya es una gran sonrisa. 

La locura ya se había instalado en la cabeza de Yolanda al contemplar aquel sinsentido que veía ante ella, acompañado de las palabras de ese demente que la había capturado para dios sabía qué. Intentó volver a gritar y solo consiguió que le explotara la cara de dolor. 

—Tranquila, señorita, relájese, como le dije, aquí ofrecemos la felicidad por el resto de su vida, lo que calculo que serán… cuatro días a lo sumo, pero serán cuatro días de total felicidad, eso sin duda. —Su sonrisa ahora era tan pletórica que daba miedo. 

Yolanda volvió a gritar en vano y a retorcerse, pero estaba claro que estaba atrapada y al borde de la locura más absoluta. 

Y no se preocupe, no estará sola, aquí hay muchos clientes satisfechos dijo mientras se alejaba hacia la oscuridad y daba dos palmadas. 

De pronto, se empezaron a encender las luces de lo que creía Yolanda que sería un pequeño sótano, pero resultó ser una nave inmensa que no lograba abarcar con la vista. Del techo colgaban decenas, si no cientos, de cuerpos en diferentes estados de descomposición, algunos incluso podría jurar que todavía estaban vivos por las convulsiones que tenían. Cientos de cuerpos colgados con algo en común: todos sonreían a través de ese macabro método. 

Y ahí llegó su final. 

Una terrible carcajada muda llena de lágrimas empezó a salir de su pecho, una risa sin sentido que dejaba claro que, aunque el cuerpo de Yolanda se encontraba suspendido en el aire en aquel recinto de muerte, su mente había fallecido en ese mismo instante. 

Duncan entró en su despacho y se dirigió hacia un mueble de caoba que se encontraba en un lado de la oficina. 

Abrió su doble puerta y luego metió su mano en el bolsillo para sacar una pequeña caja de cristal con algo dentro. 

—Eres muy cruel con la broma de la lengua. —Tras él se encontraba su secretaria con una libreta en una mano y un bolígrafo en la otra. 

Mientras colocaba su nueva adquisición en el mueble, junto a otros cientos de ellas, sonrió y dijo:

 —Carol, querida, yo también tengo derecho a ser feliz, ¿verdad? 


Por Raúl Arbelo

Chica Sombra

1 comentario:

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