Cuéntame un cuento: `Excéntrico doctor´, de José Martínez Moreno


Hoy tenemos una nueva entrega de esta sección semanal llamada Cuéntame un cuento, donde publicaremos relatos elegidos de entre todos los que nos lleguen con la idea de, cada año, publicar una antología con los que más gusten. ¿Os animáis? ¡Pues a qué estáis esperando! Enviad vuestros escritos, sean del género que sean, en formato Word (2-5 páginas) a webchicasombra@gmail.com

En esta ocasión el seleccionado ha sido `Excéntrico doctor´, del autor José Martínez Moreno. ¡Adelante con él!


Llevaba una larga temporada sufriendo unos dolores de cabeza espantosos que no se me habían quitado ni tomando todos los fármacos existentes en el mercado ni con todos los trucos caseros con los que me habían obsequiado mis conocidos y familiares. Y puedo jurar con una mano en la Biblia y la otra en la sien (porque me duele ahora mismo) que había probado infinidad de trucos, algunos de lo más absurdo, pero que según las personas que me los recomendaban «eran mano de santo». Pero mi santo resultó ser manco y tener unos muñones de lo más inútiles, porque mis dolores de cabeza no sólo no menguaban, sino que parecían empeorar cada día. A veces me daba la sensación de que algún ogro invisible me apretujaba el cerebro con una manaza grande como una sartén. Y también había veces en que juraría que una manada de bisontes salvajes se juntaban para saltar a la comba dentro de mi cabeza. Pero volviendo al tema de los trucos o los remedios caseros para quitar el dolor, había algunos de ellos bastante extremos. Por ejemplo, la vecina del quinto me aseguró que si me tomaba cada mañana en ayunas, nada más levantarme, dos cabezas de ajo (¡dos!), no habría migraña que se atreviera a acercarse a menos de dos metros de mí. Yo no le dije nada, pero pensé para mis adentros que no sólo la migraña, nadie podría acercarse a mí a menos de dos metros si mi boca se convertía en un volcán escupidor de llamaradas con olor a ajo. Sí, habéis supuesto bien, no le hice caso. Tenía una reputación y una novia que mantener. Lo entendéis, ¿verdad?

Si hubo un remedio absurdo de verdad fue uno que me contó mi madre de alguien que conocía a alguien a quien otro alguien le había asegurado que funcionaba sin duda alguna. El fabuloso e infalible truco consistía en no ingerir nada de comida durante tres días exactos y al cabo de esos tres días alimentarte durante otras tres jornadas más sólo con agua que se hubiera dejado al aire libre en un recipiente de madera una noche de luna llena. ¿Fácil? Sin duda. ¿Estúpido? Hasta no poder decir basta. ¿Lo llevé a cabo? Por supuesto, y no quiero risas. Si no os duele la cabeza tanto como a mí, no podéis juzgar mis acciones. ¿Dio resultado? Ji, ji, ji, ja, ja, jaaa.... ¡ay, que me entra la risa!

La cuestión que importaba era que los dolores parecían haberle cogido cariño a mi cabeza, pues cada vez se abrazaban a ella con mayor frecuencia e intensidad. Había noches, acostado en mi cama, que el dolor era tan atroz que me llevaba a un estado febril en el cual llegaba incluso a delirar en voz alta cosas sin ningún sentido de las cuales yo no era consciente. Por ejemplo, en una ocasión mi madre me aseguró que a las tres de la mañana me puse a vocear como un poseso: «¡¡Te quiero, Manolo Escobar. Súbeme a tu carro, que llevo minifalda!!» Según ella estuve como un cuarto de hora suplicando por los besos del cantante dueño del porompompón. Y en otra ocasión, también de madrugada, me incorporé en mi cama poseído por un dolor que parecía licuarme el cerebro y chillé a todo pulmón: «¡¡El papa, el papa, el papa es cojonudo... Como el papa, no hay ninguno!!». Y la peor, más sonrojante y humillante de todas fue cuando en plena migraña delirante me dio por gritar esto hasta quedarme afónico: «¡¡Me llamo Jenny y soy travesti por la gracia de Diooooos!!». A Dios no sé si le haría mucha gracia, pero mi vecino de al lado se estuvo riendo dos días seguidos. Si me lo encontraba en el rellano, veía cómo se limpiaba las lagrimillas con la mano, el muy cabrito. Yo evitaba cruzarme con él, claro.

Llegados a este punto, me decidí por acudir a cierto neurólogo del que me habían hablado muy bien, aunque me habían advertido de que resultaba un poquito excéntrico, pero pensé que si me quitaba las migrañas, por mí como si me atendía disfrazado de payaso y cantando el himno de Indonesia en falsete. De modo que fui a su consulta en cuanto pude y me planté allí con mis dolores a cuestas. No me atendió cantando himno alguno, ni disfrazado, ni nada parecido. La verdad es que llevaba puesta una típica bata blanca de médico... y nada más, como pude comprobar cuando se agachó a recoger un boli de Micky Mouse que se le había caído al suelo y observé con espanto y con todo detalle cómo se le marcaba la raja del culo. Al desviar la mirada me fijé en sus pies, ya que también iba descalzo. Eran unos pies de Hobbit, anchos y peludos como colas de castor. 

En su consulta me llamó mucho la atención un cartel con enormes letras negras que colgaba de la pared tras él, al lado de una foto enorme de la rana Gustavo, y que decía así: «Los y las pacientes con migraña prefieren a sus neurólogos o neurólogas rubios o rubias». Lo tomé como alguna especie de broma del gremio, porque el doctor no era rubio en absoluto, ni mucho menos moreno o pelirrojo. La realidad es que era calvo sin posibilidad de enmienda. Y por otra parte, a mí que fuera moreno o rubio y con trenzas me daba lo mismo, yo lo que quería era que alguien me librara de esa pesadilla instalada en mi azotea.

Aparte de por calvo y por sus pies, el doctor llamaba la atención por su bajísima estatura. Era pequeño como un tapón de botella de suavizante, y olía como si acabara de salir de dentro de una de esas botellas. Estuve por preguntarle si su colonía era «Eau de Mimosín», pero no creí que entendiera la broma y opté por guardar un prudente silencio. Me tendió su mano y me preguntó qué me ocurría. Ambos, voz y mano, me dieron la impresión de corresponder a un elfo del bosque. Una por chillona y la otra por diminuta. Obviamente, no le comenté nada al respecto.

–Verá, doctor –dije imitando de manera inconsciente su voz, hasta que me percaté de su expresión y ya entoné las siguientes palabras con voz recia y varonil–. Vengo porque tengo unos dolores horribles de cabeza que no se me van con nada y me han hablado muy bien de usted.

El hombrecillo me miró, como si le costara creerse mis palabras y a continuación empezó a preguntarme cosas, algunas eran normales, otras, tan excéntricas como él. De todos modos, debo decir que el doctorcillo sabía muy bien lo que se llevaba entre manos porque de repente me preguntó algo que me dejó anonadado: 

–Dígame, ¿la cefalea le lleva a estados febriles en los cuales delira y grita cosas que se salen fuera de lo común, como por ejemplo nombrar a personajes famosos y/o dialogar con ellos? 

Me quedé con la boca abierta y le respondí que sí, citándole aquellas frases que yo había pronunciado en mis delirios, según mi madre. Lo del travesti me lo guarde para mí, por si acaso, pero aun así observé que el hombre hacía denodados esfuerzos por aguantarse la risa, incluso le vi pellizcarse los muslos para lograrlo.

–Eso que comenta es algo más común de lo que se piensa –afirmó, ya recompuesto–. He tenido pacientes que han gritado barbaridades de todo tipo. Una mujer que vino hace poco se especializó en gritar pareados del tipo: «¡Nelson Mandela huele a mortadela!», o «¡Quiero ver a Mariano Rajoy disfrazado de conejo del Playboy!». Aunque no todo suena igual de divertido, recuerdo un paciente de casi noventa años, que tenía aterrorizado al geriátrico en el que vivía. El pobre hombre se incorporaba en la cama y en el silencio de la noche berreaba extraños cánticos.

–¿Y qué era lo que gritaba? –pregunté con sana curiosidad–. ¿Algo sobre Satanás o Lucifer?

–Peor aún, decía: «¡Dale a tu cuerpo alegría, Macarena, que tu cuerpo es pa' darle alegría y cosas buenas!». No me diga que no es espantoso.

–Ya lo creo, se me ponen los pelos de punta. 

–Quién pudiera. En fin, lo que nos interesa es que estas personas fueron tratadas por mí y conseguí erradicar por completo sus migrañas por muy intensas que fueran. Aunque debo advertirle una cosa, si se somete al tratamiento podría usted sufrir efectos secundarios como... tal vez sequedad de boca, ligero picor de ojos, dificultad para conciliar el sueño... Nada importante en realidad. 

Había realizado unas pequeñas y extrañas pausas que me dieron la impresión de que no me decía toda la verdad. La cuestión es que le contesté que esas nimiedades no me iban a echar atrás con todo lo que había pasado por culpa de las malditas migrañas y que aceptaba el tratamiento, así que estrechamos las manos, la suya de duendecillo contra la mía de persona normal, y dimos por concluida la visita. Salí de allí contento y esperanzado por primera vez desde hacía tiempo.

***

Se han sucedido ya tres meses desde aquel encuentro y aún me río cuando me acuerdo del doctor agachándose a por el boli y mostrándome de manera clara y rotunda que para él los calzoncillos eran sólo un recuerdo del pasado. El caso es que ese hombre calvo de horribles pies, voz chillona y que olía como si lo acabaran de sacar de la lavadora fue el que consiguió liberarme por fin de esa tortura atroz. Ahora puedo decir que, gracias al tratamiento de ese doctor excéntrico, he dejado atrás esas migrañas incapacitantes. No es que ya no me duela la cabeza, pero ni mucho menos es como antes, ahora por lo menos ya no tengo esos dolores espantosos que me daban ganas de tirarme por el balcón, o de tirar a alguien en mi lugar.  

Quiero comentar una última cosa: ahora ya sé que el doctor no me dijo la verdad en cuanto a lo de los efectos secundarios y creo que sólo estaba bromeando, pues no tengo picor de ojos, sequedad de boca, ni nada por el estilo. 

Y ahora os dejo, me voy al médico y a comprarme unos zapatos nuevos. No sé que me pasa, pero desde hace tres meses estoy perdiendo pelo sin parar, mi voz se ha vuelto chillona y mis pies cada día parecen más los de un Hobbit.

Chica Sombra

3 comentarios:

  1. wow pues me ha gustado mucho, sobretodo el final, jajaja. La verdad que me ha dado curiosidad conocer más a ese doctor. Quizás sea un hobbit
    Un beso

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  2. Buenaas!
    Aiss ha estado muy bien! Gracias por compartirlo <3

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  3. ¡Qué bueno! Excelente iniciativa.
    Un fuerte abrazo.

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