Cuéntame un cuento: `Oleander Street´, por Raquel Monrabal


Hoy tenemos una nueva entrega de esta sección semanal llamada Cuéntame un cuento, donde publicaremos relatos elegidos de entre todos los que nos lleguen con la idea de, cada año, publicar una antología con los que más gusten. ¿Os animáis? ¡Pues a qué estáis esperando! Enviad vuestros escritos, sean del género que sean, en formato Word (2-5 páginas) a webchicasombra@gmail.com

En esta ocasión el seleccionado ha sido `Oleander Street´, de Raquel Monrabal. ¡Adelante con él!


Mudarse no le gusta a nadie, y cuando tienes que llevar demasiados muebles y objetos de un lugar a otro mucho menos. La familia Fernández llevaba dieciséis años viviendo en la calle Gorman de Dallas, ahora tenían que coger todos los trastos, cargarlos en la furgoneta de un pariente lejano y todo el resto en el camión de mudanzas. Tendrían que recorrer varios kilómetros para meter todo el cargamento en una casa en San Agustín, Florida. 

La casa estaba en Oleander Street, una calle en plena naturaleza sin literalmente NADA. Sarah y Eve habían visto la casa sólo en fotografías. Su padre, agente inmobiliario, se había encargado de todo y había intentado convencer a la familia de que el cambio era para mejor. Las cosas no iban bien en Dallas: Kate, la matriarca, había perdido su trabajo debido a sus bajas recurrentes. No quería dejar de trabajar, pero la fibromialgia no le permitía estar al cien por cien y algunos días no podía siquiera levantarse de la cama. John había encontrado trabajo en unas fincas cerca del pueblo y no tendrían muchos problemas financieros, ya que la venta de casas en Florida estaba en auge. Sarah y Eve estaban más que enfadadas, las gemelas, de dieciséis años, ya añoraban a sus amigos y como cualquier adolescente haría, habían estado quejándose en todo momento. 

Al llegar al barrio, Eve pensó que no estaba tan mal, era un sitio bonito y los árboles le daban un toque tétrico que a ella le encantaba. Pero lo mejor estaba por venir, cuando vislumbró una casa con  forma cilíndrica, una vivienda muy peculiar. Al menos, sus vecinos eran originales. John entró y aparcó justo en el jardín . Eve no se podía creer que ese fuera su hogar. 

― ¡Y ya hemos llegado! Que sepáis que la habitación más grande es la nuestra ―el padre se dirigió al maletero de la furgoneta  para sacar todos los trastos. 
―¿En serio? ¿No es una coña?  ¡Esta casa es la bomba! ―Eve no podía creer que esa casa tan original fuese la suya . Pero, papá …  ¡debe haber costado un riñón!
―¿Ya no te quejas? Bueno, la verdad es que ha sido un chollazo, no la pude dejar escapar. Veréis como no está tan mal. 
― ¡Genial! ―exclamó Eve, que era fácil de contentar. 

Sarah seguía en silencio, su apreciación del lugar y de la casa no era la misma que la de su hermana. Sarah notaba algo en el ambiente que no le gustaba, quizás era la tranquilidad de aquella calle, no había nadie paseando, ni ningún niño en bicicleta. Cuando entraron, el interior estaba amueblado, las paredes blancas impolutas y los muebles casi todos demasiado oscuros para la claridad de la casa. Eve subió las escaleras corriendo antes que su hermana para buscar una habitación, la mejor después de la de sus padres. Sarah fue hacia la cocina, le llamó la atención un teléfono colgado en la pared. Era negro, muy antiguo, de los que ahora ya sólo se ven en tiendas o mercadillos de antigüedades. Desentonaba con la decoración más moderna de la cocina, que seguramente habían reformado antes de entrar ellos porque no se veía nada usado. Sarah abrió la nevera y estaba llena, cosa que la sorprendió gratamente, porque tenía mucha hambre después de un viaje tan largo. Se preparó un bocadillo de queso y se sentó en una de las sillas. Sus padres entraban y salían vaciando los trastos. Eve estaba ya en su cama, imaginando dónde pondría sus pósteres de Foo Fighters. 

Sarah pensaba en sus cosas cuando, de pronto, el teléfono sonó. 
― ¿Qué co…? ¿Quién debe ser? ―Dejó el bocadillo y cogió el teléfono. 
― ¿Sí? 
― La casa de Oleander Street no p… pu… puede .. grrrrrr….hhhh… vivirse, no, vete, Sarah… Aquí te quieren...
― ¿Quién demonios eres? Eve, ¿eres tú?
― Sarah, vete
― ¿Quién eres?
― Soy Jake. 
La voz sonaba oscura, lejana y demasiado fuerte. Sarah dejó el teléfono colgando y podía escuchar unos sonidos fuertes que seguía emitiendo el aparato. Su madre, que pasaba con una caja, la miró sorprendida. 
― Hija, ¿qué haces? Ayúdanos un poco, que vaya jeta tenéis las dos. Yo me voy a tener que quedar en la cama dos días enteros después de esto. Vamos, que va a quedar todo estupendo. 
― Vale, mamá, voy a buscar a Eve. 

Subió a la planta superior, su hermana estaba en una de las habitaciones tumbada en la cama con los cascos puestos. Antes de entrar, Sarah tropezó con una piedra que no había visto, una piedra de jardín enorme que estaba colocada justo en la entrada. ¿Cómo había llegado allí? De verdad, o la casa era realmente original, o su hermana se dedicaba a recoger piedras ahora. 
― Eve, eres una …Cómo me haces una broma así….  ¡Eve! ―Sarah se acercó para sacarle los cascos, pero cuando llegó la cama estaba vacía, su hermana había desaparecido como por arte de magia. Sarah bajó a buscar a sus padres, pero todo estaba en silencio. La furgoneta aparcada tenía  el maletero abierto, había una caja en el suelo y la chaqueta de Kate estaba en el banco de la entrada. Sarah buscó de un lado al otro pero no los encontró. Después de un buen rato, se sentó en el banco del jardín. Un niño de unos diez años se le acercó y se sentó a su lado. Los vecinos de su anterior barrio no eran tan desenvueltos para hablar con desconocidos...

― Hola ―le dijo el niño que parecía un tanto tímido. 
― Hola, ¿eres mi vecino? ―preguntó Sarah. 
― Sí, algo así. ¿Te han llamado? 
― ¿Cómo dices? ―Sarah sabía perfectamente que hablaba del teléfono, pero no entendía qué podía saber aquel niño―. ¿Tú qué sabes?
― Pues que igual que tú, el día en que nos mudamos aquí recibí una llamada desde el teléfono negro de la cocina. Alguien me dijo que me fuese de la casa. 
― ¿Tú eres Jake? ¿Hablé contigo?
― Sí, y ahora yo ya me puedo ir. Ahora debes quedarte tú, y espero que tengas suerte porque yo he esperado mucho. Nadie compra ya esta casa, la gente sabe que la casa de Oleander Street está embrujada y nadie se acerca, ¿o no lo has notado? La gente pasa por otra calle, nadie quiere verme o escuchar los ruidos que emite la casa. Ahora yo ya he hecho lo que me han pedido y me voy para siempre. 
―Pero, ¿ y mi hermana y mis padres?
―Ellos ya se han ido, tú te quedas, tú cogiste el teléfono y ellos acabaron contigo. Dicen que fue fácil, con una piedra ―Jake esbozó una sonrisita burlona en sus labios y se fue hacia la puerta del jardín, desapareciendo poco a poco. 
― ¡Jake! ―Sarah pensó que todo tenía que ser un sueño, que en cualquier momento… El teléfono volvió a sonar. Salió disparada hacia la cocina, seguro que era una broma, una cámara oculta; sus padres se lo habían montado de fábula para reírse a costa de ella. Descolgó el teléfono mientras cogía aire. 
―Sarah, ya está. Jake te avisó, pero te cogimos a tiempo, nos gusta ver caras nuevas. Esperamos que te quedes mucho tiempo con nosotros, necesitamos más almas para alimentar el corazón de nuestro hogar. 
―Pero, ¿quiénes sois?
―Somos muchos, y ya nos verás. 
La familia Fernández, listos para empezar una nueva vida, un nuevo trabajo… habían perdido todo el futuro por una ganga de casa que se los había tragado. Sarah pagaría el precio por la compra compulsiva de su padre, y ya nunca más podría empezar el instituto o disfrutar de los placeres más terrenales de los humanos.  

Y así fue como la casa de Oleander Street se quedó vacía durante años. Los vecinos pusieron carteles que avisaban de que era territorio peligroso, en el pueblo todo el mundo contaba su leyenda. Lo que más llamaba la atención era que los chicos en el colegio decían que, si te acercabas, por las noches podías oír la voz de una joven que gritaba un nombre: Eve. Y que si te parabas y acercabas el oído a las paredes de la casa, podías escuchar un teléfono sonando. Se mantuvo en pie hasta que un constructor compró el terreno y ordenó la demolición, su idea era hacer un bloque de apartamentos del cual sacaría una fortuna. El terreno era un chollo, no entendía cómo no se había vendido antes. Cuando fueron a ver los escombros, el constructor vio un teléfono antiguo, era de color negro y pensó que podía ser un regalo muy original para el aniversario de bodas de su mujer. Y, aunque allí ya no había línea, el teléfono sonó...


Chica Sombra

7 comentarios:

  1. Uuuuh, que sustito...el viejo teléfono que hay en la casa de mi abuela, que desde hace veinte años es mía, sonó un día cuando llevaba sin línea desde finales de los 90 👻👻👻

    Besitos 💋💋💋

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  2. Me ha encantado el relato!! Espero tener inspiración y poder participar, que hace mucho que no escribo...
    Besos

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  3. Hola.
    Me ha gustado mucho, no soy de escribir, aunque lo intenté hubo gente que mi quitó las ganas y ya no volví a hacerlo, pero me parece una idea genial.
    Muchos besos.

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  4. Qué miedo de teléfono... Buenísimo el relato!
    Besotes!!

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  5. A fabulous spooky short story with all the right ingredients-( are you sure you want to take that call?!) Brilliant.

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  6. Brutal! Yo me he quedado con muchas ganas de saber mas! Muy original la manera de envolver todo el relato en torno a un instrumento tan comun como un telefono, me voy a plantear seriamente cojer el mio la proxima vez que suene!

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  7. Me ha encantado la historia, y me he quedado con ganas de leer más...muy bien relatado. Por favor más relatos cómo este!!!

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