Crónicas de Maine: El niño que era Stephen King

 



  EL NIÑO QUE ERA STEPHEN KING 

 
«La gente cree que soy una persona bastante extraña. Eso es incorrecto. Tengo el corazón de un niño pequeño. Está en un frasco de vidrio sobre mi escritorio». Con esta curiosa frase, Stephen King es capaz de definirse a sí mismo, en muy pocas palabras, mucho mejor de lo que parece. Al de Maine se le ha conocido durante décadas por muchos nombres, algunos de ellos relacionados con la multitud de facetas que caracterizan tanto a su prosa como al universo literario con el que nos aterroriza desde mediados de los años 70. El Rey, el Maestro del Terror, el Príncipe de las Pesadillas e incluso el Big Mac de la Literatura (apodo que, de nuevo, se puso él) son algunos de los curiosos pseudónimos adquiridos. Sí, la mayoría de ellos conectados a su gusto por la literatura de género, más concretamente, por el terror escrito, por el horror protagonizado por espeluznantes payasos, hoteles con vida propia, coches asesinos y enfermeras psicópatas. Conforme ha ido entregándose a la ciencia-ficción, al suspense, al drama y a la fantasía, los apelativos han ido cambiando, una evolución lograda por el interés del autor en otras herramientas para contar historias, sin que ello suponga abandonar las que le ayudaron a alcanzar la fama. No son pocos los lectores y críticos que afirmaron que era un verdadero romántico, de los pies a la cabeza, gracias a joyas literarias como La historia de Lisey y 22/11/63, dos obras en las que King demostró que era capaz de ser el mejor escritor de romántica que podamos imaginar, con pizcas de terror en la primera y de histórica en la segunda. Sin embargo, en el fondo, y no tan en el fondo, el padre de Pennywise tiene el corazón de un niño pequeño. Y no precisamente en un frasco de vidrio. Lo tiene, lo saca y lo utiliza cuando menos lo esperamos. Es un niño grande, fascinado aún por un mundo adulto del que suele sacar lo peor para meternos el miedo en el cuerpo y lo mejor para que guardemos esperanzas que nos ayuden a dormir por las noches.  


En realidad, la vida al completo de Stephen King se encuentra reflejada en sus libros, puede que no en todos, pero sí en una mayoría aplastante. ¿Por qué iba a ser diferente con su infancia? El viaje al encantado Hotel Stanley se plasmó en El resplandor; una mudanza, un cementerio de mascotas, la muerte del gato de la familia y un incidente que pudo acabar en tragedia fueron sucesos que crearon Cementerio de animales; una tormenta y un inocuo viaje a un supermercado dieron lugar a La niebla; y el terrible atropello que sufrió el Rey, a finales de los 90, no tardó en verse adaptado en Buick 8: Un coche perverso y El cazador de sueños. De este modo, se podría afirmar que no solo hay episodios muy concretos de los tiernos años del escritor que han protagonizado escenas de algunas de sus obras, sino que existe mucho de ese pequeño King en los críos que escribe. Para ponernos en situación, y extendernos un poco más adelante, habría que recordar que el de Maine fue tan pobre de niño como en esa dura etapa personal en la que vivía en una caravana junto a su mujer y sus dos primeros hijos, con apenas dinero para mantener la línea telefónica y toneladas de frustración por no poder dedicarse a tiempo completo a lo que de verdad deseaba, a la profesión que tendría que haberle dado para vivir: la escritura. Una situación similar vivió su madre, Nellie Ruth Pillsbury, cuando el padre de Stephen los abandonó, dejándola con dos pequeños (Steven y David) y una larga serie de responsabilidades que se cargó a las espaldas sin dudarlo un segundo. Comenzó entonces un periplo de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, donde la mujer aceptaba cualquier trabajo que sirviera para sobrevivir con sus hijos, a los que educó con los valores propios de una buena persona, a la vez que guardaba siempre tiempo para jugar con ellos. Stephen pronto dio muestras de interesarse por la lectura, lo extraño, el terror y la serie B en formato de películas y series de televisión de género. Uno de los episodios más recordados y que mejor definirían lo que acabaría siendo, ocurrió al entregarle a su madre una serie de relatos basados en las publicaciones que devoraba. Sorprendida por el talento del joven, Nellie Ruth Pillsbury le animó a escribir sus propias historias, argumentando que no le hacía falta copiar. El chico, para quien la progenitora era un modelo a seguir, no necesitó más. Tampoco hay que olvidar que el amor del creador de Carrie por autores como H. P. Lovecraft (La llamada de Cthulhu) se inició, precisamente, cuando contaba con pocos años de edad, al descubrir una caja con libros de su padre, que contenía, entre otros títulos, El miedo que acecha (The Lurking Fear). De la misma forma halló manuscritos y relatos escritos por Donald King, quien, para su sorpresa, intentó ser escritor, sin conseguirlo, debido sobre todo, y siempre según su madre, a la gran falta de constancia que sufría. Con los años, y después de miles de entrevistas, King ha reconocido que en cuanto leyó el trabajo de Lovecraft tuvo claro que había encontrado su hogar. 


Ir de un lado a otro, ahogado por las numerosas mudanzas que Nellie Ruth Pillsbury se vio obligada a realizar para buscar cualquier trabajo que los mantuviera, llevó al pequeño Steven a disfrutar de una infancia feliz, difícil, pero feliz. También le mostró el auténtico rostro del sueño americano, con cuchicheos y rumores infundados por parte de aquellos vecinos de los pueblos en los que los componentes de su familia eran los nuevos, los forasteros. No es extraño que mucho más tarde, en novelas como La tienda, La tormenta del siglo y La cúpula, entre otras, un ya crecido King nos contara la ilimitada cantidad de secretos que pueden llegar a esconder los habitantes de las comunidades protagonistas, ocultándolos gracias a disfraces de gente honrada, correcta, altruista y honesta. El de Maine aprendió demasiado pronto que a pesar de que en las citadas localidades existieran héroes casi impolutos, el mal subyacía bajo ellas, utilizando máscaras de sonrisas tan siniestras como falsas. Eso, además de la precaria situación en la que vivía con su familia, lo llevó a madurar con demasiada rapidez y entender el mundo como no lo hacían los demás críos, lo que ha trasladado a innumerables personajes menores de edad que han cobrado gran importancia en su universo. Los niños King, como los llaman algunos especialistas en su figura, jóvenes (habitualmente, no adolescentes) cuyas reflexiones e ideas se sitúan al nivel de los adultos, e incluso, en ocasiones, van más allá. Danny Torrance, el pequeño de El resplandor, es más consciente del mal del Overlook que Jack Torrance; Charlie McGee, de Ojos de fuego, termina siendo la verdadera heroína de la historia; las visiones de Ellie Creed tratan de avisar a su padre del mal que guarda el cementerio indio de Cementerio de animales; y Trisha McFarland se convierte en toda una superviviente en La chica que amaba a Tom Gordon. Niños que comprenden el mundo mejor que los adultos, como si estos fueran, en realidad, los verdaderos infantes, ingenuos e inocentes. 


Cuando se ha entrevistado al entorno en el que Stephen King pasó su infancia, incluidos antiguos amigos y compañeros de escuela, hay una palabra que aparece de vez en cuando: raro. No en el mal sentido. Muchos describen al joven Steven como un chaval al que le gustaban aficiones que a los demás no, y que sentía una especial predisposición por asustar a algunos de los otros niños. No era un marginado, pero sí alguien con una personalidad que le hubiera permitido entrar en el famoso Club de los Perdedores que se enfrenta a Pennywise, el mal de Derry protagonista de It (Eso). Siete son los Perdedores, todos ellos críos con problemas familiares, ignorados por el resto de sus congéneres, apartados en cierta forma de la sociedad y predispuestos por su entorno para considerarse perdedores, en el sentido más extremo de la palabra. Curiosamente, son los únicos capaces de enfrentarse a Eso y vencerlo, usando como principales armas la fuerte amistad que les une y la infinita imaginación que ostentan (esto es tratado de manera muy tangencial tanto en la miniserie televisiva como en el primer filme para la pantalla grande). El Rey crea a los Perdedores a su imagen y semejanza, siendo niños y adultos, otorgándoles detalles de su vida personal, como esas risas y juegos que los hacen amigos en los Barrens, una zona parecida a la que su hermano y él usaban para construir una pequeña presa. Cada uno de los siete personajes contiene unas migajas del King infantil, resultando Bill Denbrough quien más posee, pues no es casualidad que sea él quien se convierta en escritor. Para el autor de El misterio de Salem´s Lot (obra en la que los traumas infantiles del protagonista le mueven), los primeros años de vida son especiales, repletos de inocencia, creatividad, intuición y fantasía, conceptos que se van perdiendo conforme se madura, salvo que alimentemos a nuestro niño interior, tan único para él que suele concederle poderes sobrenaturales en algunos de sus trabajos, otro modo de señalar su excepcionalidad. Los mismos Perdedores, ya adultos, son presas fáciles para Pennywise, viéndose obligados a recuperar su niñez para luchar y vencer con alguna esperanza de éxito. Por fortuna, eso no le ocurre a Stephen King. Él no lo necesita. Es posible que de verdad tenga el corazón de un niño en un frasco de vidrio sobre su escritorio. Pero es más que probable que sea su propio corazón.  

 



Tony Jiménez

8 comentarios:

  1. Interesantísima entrada! Muchas gracias por compartirla!

    Un saludo!

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  2. Hola! me gusto mucho la entrada, super interesantem Stephen King es uno de mis escritores favoritos, uno de los primero libros que leei fue Maleficio, me encanto. Besos

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  3. Me ha encantado saber más cosas de él.
    Un abrazo.

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  4. ¡Qué interesante! Le digo a Mikel que se pase a leer el artículo, le encantará =)

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  5. Estas entradas hacen que te den ganas de leer y releer todos sus libros 👏
    ¡Fantástico, Tony!

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  6. Qué maravilla de entrada tan currada^^
    No sabía que su padre había sido un escritor frustrado y que tenía una caja de libros, que se quedó King. En general, me sonaba por el libro Mientras escribo, que me leí hace muchísimo años, y lo recuerdo muy por encima, básicamente todo el tema de que no recordaba haber escrito Cujo, pues no tenía ni idea de que había probado la droga, ni de que era adicto *o*
    En fin, que me queda mucho por leer, que todavía tengo pendientes Carrie, El misterio de Salems Lot y demás clásicos.
    ¡Un saludo!

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