Especial Halloween: `Cookies´, por David P. Yuste



Míster Bradbury lo había probado todo.

Desde beber ingentes cantidades de agua antes de las comidas, aquellas milagrosas pastillas que anunciaban por televisión, e incluso unos parches que le habían prometido en la farmacia que acabarían con esas terribles ansias de una vez por todas.

Pero había fracasado. Nada de aquello surtía el efecto que él esperaba y que tanto deseaba.

Era obvio que tenía un problema. Pero se negaba a acudir a un especialista por miedo a que lo achacaran a algún tipo de desorden mental y quisiesen encerrarlo. Cosas más raras había leído en la prensa sensacionalista por las mañanas mientras devoraba un abundante desayuno, donde no sobraban en número ni los huevos ni el bacón.

Estaba desesperado. Había perdido la cuenta de los meses que habían pasado desde que comenzara aquella pesadilla.

Él siempre había sido de complexión atlética. Le gustaba salir a correr muy temprano, e incluso iba con asiduidad al gimnasio. Pero desde que aquel urgente y constante deseo por comer empezó a apoderarse de su cuerpo, se había abandonado por completo.

Se paró frente al espejo del baño y desvió la mirada, horrorizado. No sabía cuánto peso había ganado, pero era indudable que su figura nada tenía que ver con su anterior estado de forma. Las carnes comenzaban a colgar fláccidas, y una enorme tripa, la cual comenzaba a asemejarse bastante a la de una embarazada, le impedía incluso verse el pene cuando se paraba frente al retrete para orinar.

Una mañana en la que la angustia comenzaba a ganarle terreno, llamaron a la puerta.

Con el albornoz puesto y sin demasiado ánimo, se levantó del sofá y fue a abrir. Eran dos niñas de no más de doce años de edad. Lucían el distintivo uniforme de las Girl Scouts e iban vendiendo galletas de casa en casa, recaudando fondos para alguna causa benéfica.

Un olor sumamente atrayente golpeó el olfato de Bradbury nada más abrir. Era delicioso, embriagador. Definitivamente, irresistible.

«¿Sería posible que…?».

Las dudas le azotaron durante unos breves instantes. Pero enseguida se disiparon igual que si fueran las volutas de humo de un cigarro.

Una idea tan veloz como un rayo saltó a su mente: les compraría todas las cajas. Sí, eso haría. Seguro que así podría quitarse esa desazón que sentía por dentro, la cual provocaba que de nuevo comenzaran a rugir con fuerza sus tripas.

Esto hizo muy felices a las dos pequeñas, algo que se hizo patente en sus dulces rostros. Bradbury buscó en el bote donde acostumbraba a guardar siempre algunos billetes para urgencias. Pero no halló un solo dólar. Así que las invitó a pasar mientras iba a por la cartera. Ellas, llenas de gozo por la suerte que habían tenido, no se lo pensaron dos veces.

Dos horas más tarde, Míster Bradbury se encontraba en el sótano que había bajo su vivienda, y el cual se encontraba a medio reformar. Estaba terminando de dar buena cuenta de un largo fémur que limpiaba con sus dientes, poniendo gran empeño en separar el último pedazo de carne que quedaba adherido al hueso.

Por primera vez en mucho tiempo se sentía lleno.

Más que eso, se encontraba saciado y en paz. Esa maldita sensación le había abandonado al fin.

No había sido el olor de las galletas lo que lo había atraído, sino el de la rosada y tierna carne de aquellas chiquillas. Aunque, por supuesto, eso lo adivinó mucho antes de hacerlas pasar con el falso pretexto de ir en busca de su billetera.

Emitió un sonoro eructo, y se limpió la sangre de la comisura de los labios con la manga del albornoz riendo satisfecho…


David P Yuste

1 comentario:

Susúrranos entre sombras lo que te ha parecido la entrada...