`El macabro caso del doctor Jekyll y Míster Hyde´, por Tony Jiménez

 

Hoy os traigo una nueva entrega de esta sección llamada Cuéntame un cuento, donde publicaremos relatos elegidos de entre todos los que nos lleguen con la idea de, cada año, publicar una antología con los que más gusten. ¿Os animáis? ¡Pues a qué estáis esperando! Enviad vuestros escritos, sean del género que sean, en formato Word (2-5 páginas) a webchicasombra@gmail.com

En esta ocasión el seleccionado ha sido El macabro caso del Doctor Jekyll y Míster Hyde, de mi bonito Tony Jiménez. ¡Adelante con él!


El abogado señor Utterson era un hombre de semblante adusto, jamás iluminado por una sonrisa; de conversación escasa, retraído en sus sentimientos; era alto, flaco, gris, serio y, sin embargo, amable.  

Era de una probada tolerancia con los demás, considerando a veces con estupor, casi con envidia, la fuerte presión de los espíritus vitalistas que le llevaba a alejarse del recto camino. Por esto, en cualquier situación extrema, se inclinaba más a socorrer que a reprobar. 

La noche había caído sobre él desde hacía unas horas, dándole un tono siniestro a sus ropajes, que combinaban la elegancia y la calidez propias de un hombre acostumbrado a andar de un lado a otro de la ciudad cuando las tinieblas la dominaban. ¿Su destino aquella noche? La casa del doctor Henry Jekyll. 

Golpeó levemente la puerta del hogar de su amigo y, en apenas unos instantes, salió a recibirle Poole, el anciano sirviente de la casa. 

—¡Es una alegría verle, señor Utterson! —El hombre parecía algo ronco. 

—Aún no entiendo el motivo de sus prisas, Poole —Utterson entró en la casa y, al sentir la calidez del hogar, se quitó velozmente el abrigo y el sombrero—. Pensaba venir mañana por orden expresa del doctor Jekyll. 

—¡Mañana sería tarde! —Poole prácticamente empujó a Utterson hacia las dependencias privadas del doctor—. ¡El señor Jekyll lleva horas hablando solo! E incluso he oído que planea quitarse la vida. Creo que puede ser el día en el que culmine la locura que se ha estado haciendo con su cuerpo durante todos estos meses. 

El abogado, temiendo que un ataque al corazón se llevase al anciano, intentó calmarlo con leves gestos de las manos, aunque él ya estaba igualmente nervioso, pues Poole tenía razón en el extraño comportamiento que mostraba su amigo desde hacía tiempo. 

Movieron sus piernas con celeridad hasta llegar a la puerta que les separaba del lugar en el que se encontraba el doctor. A Utterson le extrañó pues, en los últimos tiempos, apenas si había visto a Henry Jekyll y, las noticias que tenía de él le llegaban por cartas, escritas por el doctor desde su gabinete privado, en el otro lado de la casa. 

Utterson golpeó un par de veces la puerta.  

—¿Henry Jekyll? ¿Estás ahí dentro? —preguntó sin saber qué esperar. 

Para sorpresa de Poole, la puerta se abrió lo suficiente como para que pudiese pasar Utterson. Se cerró tras el abogado en cuanto hubo pasado, dejando al sirviente fuera, con sus cavilaciones. 

El olor de una botella de vino recién abierta, de la madera quemada en una buena chimenea y de la limpieza, llegó a las fosas nasales de Utterson como una cara fragancia. Sentado en un sillón, cerca de la chimenea, trajeado de los pies a la cabeza, como si fuese un lord, se encontraba Henry Jekyll, quien le saludó con una amplia sonrisa. 

—¡Tu presencia alegra mi corazón! —Se levantó, como forma de educado saludo, hacia su inesperado invitado—. Toma asiento, Utterson, y cuéntame qué te trae por aquí. 

—Poole abrigaba ciertas sospechas sobre el destino de tu vida, mi buen Jekyll. Lo cierto es que quería venir a visitarte cuanto antes para hablar de los últimos y terribles acontecimientos que tienen, como punto en común, a vuestro amigo, el señor Hyde. 

—Creo recordar que prometí contártelo todo justamente mañana. ¿No habíamos quedado mañana? 

—Pero estoy aquí hoy. —Utterson indicó así que no pensaba marcharse. 

—Si te soy aún más sincero, mi buen Utterson, no pensaba estar aquí cuando vinieses mañana, en cambio, sí habría una carta contándote todo lo que preocupa a tu atribulada mente estos días. 

—¿Por qué razón no estarías? 

—La vergüenza y... Creo que quieres llegar al final de la historia antes de empezar —Jekyll volvió a ocupar su asiento—. Descansa tus pensamientos y hablemos tranquilamente, que ya habrá tiempo para la desdicha. 

El abogado hizo caso a su amigo, y ocupó su sitio en la sala. 

—Noticias funestas las que va repartiendo Poole sobre mí a amigos como tú —dijo Jekyll—. ¿Y qué dices de Hyde? Conocía que no te causaba ninguna simpatía, pero no que todo girase en torno a él en tu cabeza. 

—Las cosas han ido empeorando —confesó Utterson—. Lanyon así lo piensa también, aunque él está más preocupado por ti. Cree que te has vuelto huraño y siniestramente misterioso. 

—Sé de los entresijos de la mente de Lanyon sobre mi persona, así como también conozco la existencia de una misiva dirigida a ti donde te revela ciertos detalles que yo mismo te contaré esta noche.  

—Quiero saber la verdad, Jekyll —dispuso Utterson. 

—Y la sabrás. Todo gira alrededor de mi buen amigo Hyde, sí. Creo que os encontrasteis una vez. No recuerdo si me lo contaste o no, pero no te causó una buena impresión.  

—Fue poco después de que mi estimado pariente lejano, Enfield, me contase una horrible historia que también tiene que ver con Hyde. Un buen día, Enfield vio cómo un extraño hombre, de movimientos toscos y presencia perturbadora, mordía a una pequeña en plena calle. Antes de que su padre pudiese hacer nada, el extraño, al que pudo ver, salió huyendo del lugar. 

—¡Es algo terrible eso que cuentas! ¿Y Enfield tiene por seguro que fue Hyde? 

—Por la descripción que dio, yo mismo tengo la certeza de que fue él. Cierto es que Hyde da una impresión diferente a cada persona que le ha visto, pero hay ciertas coincidencias, como el olor; su amigo Hyde despide un nauseabundo hedor a podrido que compite con el de un cadáver. 

—Escucho tus palabras sin dar crédito a ellas, mi buen Utterson. 

—Lo sé, pero creo que debo confesar todo lo que me aflige.  

—Cierto —admitió Jekyll—. ¿Qué pasó con la niña? 

—La llevaron al hospital con rapidez, pero la herida le provocó una terrible fiebre que los médicos no lograron mitigar —Utterson tragó saliva, preocupado por la parte de la historia que debía contar a continuación—. Por la noche, cuando creían que estaba mejor, atacó a sus padres con una furia animal. Masacró a su madre por completo y, aunque el padre pudo salvar la vida, pocas horas después acabó aquejado del mismo mal que la pequeña; ahora, los dos se pudren en un manicomio de la ciudad, mientras estúpidos doctores intentan discernir qué tipo de enfermedad mental sufren. 

—Puede que no sea algo mental —sugirió Jekyll. 

—Yo también lo pienso, pues he visto a esas dos miserables criaturas, y apenas parecen personas como tú y yo; su piel se desliza de sus músculos; los dientes se les caen, podridos; sus ojos están completamente blancos; y atacan a todo ser viviente que se les acerca, como si quisieran devorarlos, pero lo peor es el olor que emanan, igual que el de Hyde. 

—¿Has venido a advertirme de que Hyde puede tener una enfermedad rabiosa? 

—La rabia no provoca que puedan romperte un brazo y no sientas dolor, por lo que yo sé. 

—Utterson, hay ciertas enfermedades que hacen cosas que usted ni imaginaría —informó Jekyll—, pero me estabas hablando de lo que pensabas sobre Hyde. 

—Lo encontré un buen día a punto de entrar por la puerta de atrás de tu casa, Jekyll. Nunca olvidaré sus andares lentos, pero feroces; su espalda encorvada; los leves gruñidos que emitía mientras caminaba y sus brazos, que parecían querer estirarse hacia delante, como si tuviesen vida propia. Aún peor fue cuando le contemplé la cara, pues le pedí que me le enseñase. Se descubrió ante mí apenas unos segundos, aunque tuve tiempo de ver que sufría alguna malformación que no sabría identificar con claridad: llagas mal curadas, un aliento que apestaba, una voz ronca, y su hedor, como el de mil cadáveres en descomposición. 

Utterson miró por un momento a Jekyll, quien permanecía impasible. 

—Si no hubiese hablado con él, si no le hubiera visto andar, habría afirmado que se trataba de un cadáver —continuó Utterson—. Y su presencia era macabramente perturbadora. Cualquier persona cuerda, al ver su figura, al percibirle, sabría que se trataba de alguien malévolo. 

—¿Tienen que ver tus apreciaciones con el hecho de que sea el heredero de mis bienes en el testamento que te hice redactar? —preguntó Jekyll. 

—Mis apreciaciones no están condicionadas. Solo me preocupo por ti y por tu patrimonio, sí. Lanyon también, pero él creo que no imagina, del todo, el alcance de Hyde en los funestos hechos que relato.  

—Puede que sí. —Jekyll sonrió enigmáticamente. 

—Lanyon no entiende por qué te has recluido. —Utterson decidió no ver la sonrisa de su amigo. 

—Todo tiene su explicación. ¿Pasó algo más con Hyde? 

—¿Exceptuando el hecho de que entra a placer en tu hogar, como si ya viviese en él? ¿Qué yo mismo sospeche que es un hombre de mal, que pretende quitártelo todo? —Utterson asintió—. El asesinato de sir Danvers Carew. 

—¿Insinúas que Hyde acabó con su vida? —Jekyll no parecía molesto. 

—Lo afirmo. Y la policía también. Desde entonces, no se ha vuelto a ver a Hyde, y creo que le proteges. 

—Si fueras otro, estaría enfadado. ¿Qué te hace pensar eso, Utterson?  

—Una testigo vio a Hyde destrozar a Carew —insistió Utterson—. Encontré un bastón que te regalé en la escena del crimen, absolutamente roto y astillado. Hyde lo usó para acabar con la vida de Carew, y después le destrozó el cuello a mordiscos. 

—Creo que la policía y tú os confundís.  

—Yo mismo visité el cadáver de Carew, para dar constancia de que, lo que quedaba de él, fue una vez Danvers Carew. Lo más extraño es que, al día siguiente, el cadáver había desaparecido. 

—Todo un misterio, ¿sin resolver? —Jekyll no parecía especialmente interesado, pero intentaba fingir que lo estaba. 

—Un policía se encontró con el propio Carew cerca del puerto. El muerto le atacó de manera salvaje —Utterson calló unos segundos; intentaba ver si algo de lo que contaba afectaba a su amigo—. El policía se salvó porque echó a correr, pues, tras disparar varias veces a Carew, comprobó que las balas no le hacían nada. Tomaron por loco al hombre, y el cadáver de Carew sigue desaparecido. 

—Un hecho horrible, sin duda —Jekyll se levantó para servirse una copa de vino—. Y todo parece conducir a Hyde, incluso los más extraños hechos de niñas caníbales y muertos vivientes.  

—Y el bastón... 

—Y el bastón conduce a mi persona —Jekyll se tomó la copa de un trago—. ¿Sabes qué encontré en mi juventud, Utterson? Encontré la raíz del mal en el corazón de los hombres. Sí, investigué, y descubrí que la conciencia de cada ser humano se compone de dos aspectos: el bien y el mal en eterna lucha. 

Jekyll sacó una probeta de uno de los bolsillos de su chaqueta, y derramó su contenido en la copa vacía, ante los ojos del confuso Utterson. 

—Seguí la hipótesis de que es posible separar estos dos elementos, y hacer a un hombre totalmente bueno y totalmente malo, e incluso separarle de su parte malvada. Creé una fórmula, ideada durante años, que probé conmigo mismo, pues sentía que el mal de mi corazón iba a consumirme algún día. Así nació... Edward Hyde. 

—Es una locura, Jekyll. 

—Locura es lo que llegó después, mi buen amigo —vertió el vino en la copa, sobre el líquido de la probeta—. Me había desecho tanto de mis deseos, había bloqueado tanto mis más profundos vicios, que Edward Hyde era algo peor de lo que esperaba. Mi lado malévolo era un muerto en vida, podrido, desecho, tal y como crie mis oscuros deseos, y empezó a tener hambre, de ahí los crímenes descritos. Descubrí que la fórmula logra que Hyde descubra el mal en el corazón de los hombres, con tan solo un mordisco... Seguro que Carew, resucitado, está en algún lugar de la ciudad. Tú dirías que contagiando una enfermedad; yo digo que descubriendo algo que ya estaba ahí. Lo único que he hecho ha sido mostrar a los auténticos muertos vivientes que somos todos. 

—¡Lo que me cuentas es horrible, es siniestro, es...! —Utterson se levantó, indignado. 

—Es la cruda realidad. Ni siquiera la niña pudo evitar tener la maldad dentro —Jekyll se tomó el bebedizo—. Y yo, viendo lo que había hecho, intenté deshacerme de Hyde; primero, no tomando la poción que me transformaba, pero ya dependía de ella en su totalidad, ya que me ayudaba a acometer mis deseos más ocultos; después, traté de suicidarme, sin embargo, Hyde estaba haciéndose con mi cuerpo, y yo mismo empezaba a ser un muerto en vida. En realidad, no creo que quede mucho de mí dentro de unas semanas, así que he decidido acabar con esto. 

—¿Qué has hecho? 

—Tu visita me ha obligado a acelerar mis planes —empezó a notar cómo la transformación física y mental empezaba a llevarse a cabo—. Voy a acabar conmigo de una vez por todas, así que he ideado una fórmula que acelerará el proceso de toma de mi cuerpo por Hyde. Ahora... él vivirá, y yo dormiré el plácido sueño de los hombres buenos, aunque nunca fui uno. 

Utterson retrocedió al percibir el horrible hedor que comenzaba a inundar la estancia. 

—El experimento seguirá, mi buen Utterson —la voz de Jekyll se tornó ronca—. Espero que Hyde acabe mordiendo a alguien de buen corazón y, así, podremos encontrar todos la paz... Espero que seas tú, Utterson.  

Con un rugido, la transformación acabó, y Edward Hyde sonrió a Utterson con su boca desfigurada y muerta. 

—Tengo fe en ti, Utterson —la asquerosa sonrisa de Hyde se hizo más amplia—. Aunque no mucha.  

Utterson gritó cuando Hyde se abalanzó sobre él. 


Chica Sombra

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