Cuéntame un cuento II: `Habría podido salvarte´, por Iván Muñoz


Bienvenidos a la II Edición de la sección Cuéntame un cuento, donde vosotros sois los protagonistas. Cada domingo publicaremos un relato que seleccionaré de entre todos los que me enviéis a webchicasombra@gmail.com. El género es libre, y la extensión un máximo de 3000 palabras.

Hoy os dejo con Habría podido salvarte, de Iván Muñoz.




 Habría podido salvarte.  

Él ponía su mejor tono de seductor, sin poder ocultar la emoción que quebraba ligeramente la confianza de su voz. Hacía mucho que una conversación no le estimulaba y esta la estaba disfrutando. 

Ah, ¿sí? Qué noble por su parte. Espero que hubiera venido con lanza y a caballo; que, con pesados como ese, a veces las palabras no son suficientes.  

Ella se mostraba dulce y vulnerable. Ambos exageraban sus roles para regocijo del otro, sin saber que solo sería la primera de muchas ocasiones en las que lo harían. 

Me ofende, señorita. Soy más de navaja oxidada, crecí en un barrio chungo. 

Ella rompió a reír, despojándose del traje de princesa perdida que acababa de ponerse. Se conocían hacía apenas unos minutos y ya sabían que aquello era diferente.  

Ambos creían en esa magia por encima de todas. Solo había dos maneras en las que entendían las relaciones: aquella en la que un rayo fulminante les atravesara en el primer cruce de miradas; y aquellas que fracasaban. Sin excepción.  

Despreciaban más de lo que compadecían a las parejas a las que escuchaban contar historias del tipo: “Al principio ni siquiera nos sentimos atraídos el uno por el otro. Nos conocimos en el trabajo, los dos teníamos pareja y nunca nos vimos de ese modo. Luego, nos fuimos conociendo más, hasta que un día empezamos a salir juntos, vimos que nos entendíamos bien y que apenas discutíamos, y hasta hoy”.  

En el traductor del amor de ella, lo que sonaba realmente se parecía más a algo como: “Me quedé sin dinero para seguir comiendo en mi restaurante favorito, así que un día empecé a rebuscar en la basura y encontré un hueso de pollo al que aún le quedaba algo de pollo en el borde. Lo limpié un poco, me lo comí, vi que no vomité y que apenas sabía a basura, y hasta hoy”. 

Él era aún más radical. Esas uniones, carentes de química, eran la última patata frita en la boca del obeso mórbido que ya no tenía nada que perder. La toalla caída en el ring del amor. Era el conformismo del mediocre. 

En su extremo radicaba su virtud. Si lograban encontrar a alguien capaz de despertar esa energía irrepetible, la pasión jamás moriría.  

La rutina pasaría a ser esa enfermedad lenta y silenciosa que sufría el resto, pero que no sería capaz de alcanzarles a ellos.  

Como mucho, lo verían desde la ventana como un clima adverso, calando en los huesos de las parejas vacías, mientras ellos disfrutaban del microclima que habían sabido crear. 

Todo en ellos era un juego. Hasta la forma en la que se conocieron.  

Ella miraba hacia el mar, deseosa de huir del tipo que, sin tregua, le explicaba por qué el destino había querido juntarles en ese momento. 

Mira, yo soy Acuario, ¿vale? No sé qué signo serás tú, pero, dime la verdad, ¿qué probabilidades había de encontrarnos en la playa, en invierno, y anocheciendo? Venga ya, justo cuando no hay nadie. Y me había parecido raro cuando lo he leído esta mañana. Decía que conocería a alguien especial en mi vida. Flipante, ¿no? No sé qué crees tú, pero está claro que es una señal. 

Ella pensaba que “Acuario”, obviamente, no sabía en qué creía ella, pero que tampoco debía importarle demasiado. Si no, quizá habría reparado en los ojos en blanco de ella, las miradas en busca de ayuda alrededor y sus intentos de interrumpirle y pedirle que se fuera. Acuario sabía leer demasiado bien el Horóscopo y muy mal el lenguaje corporal. 

Espero que no te moleste, pero preferiría estar sola, no tengo ganas de… 

No, no, para nada. Si mi idea era la misma, estar en la playa corriendo y luego nadar un poco, que es a lo que me dedico. Soy profe de natación, de hecho. ¿A ti te gusta nadar? 

No llevaba ni un minuto completo soportando a aquel tipo y ya empezaba a desesperarse. Estaba pensando en recoger la toalla y largarse de allí, cuando le vio a él. 

Parecía distraído, como si hubiera llegado flotando en una burbuja imperturbable a la playa. Clavaba sus ojos en el agua, como un corredor que mantuviese la vista fija en la meta.  

Le llamó con la mirada, con la absurda telepatía del que se aferra a un atisbo de magia en el mundo real. Funcionó. 

La burbuja, incluso en la distancia, era ahora compartida. El brillo de unos ojos verdes encontrándose en mitad de la oscuridad enmudeció al viento. Enmudeció al mundo.  

Ella pensó que, si la vida fuese un musical, la cámara lenta ralentizaría los pasos de él, un piano iría tocando las notas de una pegadiza melodía y ambos improvisarían una danza perfecta al ritmo de las olas del mar.  

Por desgracia para ella, la vida volvía a ser real y Acuario se colocó justo delante, interponiéndose como el eclipse más molesto de la historia.   

Por suerte para él, el mundo no era un musical y aún tardaría años en demostrarle a ella, de forma práctica, la definición perfecta de la palabra “arrítmico”. 

¡Por fin te encuentro! Él respondió con eficacia a la llamada silenciosa, aproximándose a ambos, con su mejor cara de preocupación. 

Sí, perdona, ¿te he asustado mucho? Ella se dejaba llevar, guiada por la curiosidad de saber adónde llevaría él. 

¿Quién es? ¿Tu novio? El destino estaba empezando a poner piedras en los zapatos de Acuario. Y el horóscopo había sido cruel por no avisarle. 

Ella se mostró dubitativa, hasta que él tomó las riendas. 

Su psiquiatra aclaró con normalidad dirigiéndose a él. ¿Cómo te has escapado esta vez? Miguel tenía un ojo morado cuando salí a buscarte. 

¿De qué se supone que va todo esto? ¿Tenéis algún jueguecito extraño para reíros de la gente o qué? 

Pues… hasta ahora, no. Pero igual inauguramos contigo la costumbre, si te quedas más rato. 

Y César tenía una pierna rota. ¿No ves que eres un peligro para ti misma y para los demás? 

Puedes parar. Ya se ha ido. 

Lo sé, me hace gracia fingir que eres una loca en potencia en realidad. 

¿Cómo sabes que no lo soy? Por cierto, ¿quiénes son César y Miguel? 

No sé, tus… ¿carceleros? ¿Enfermeros malvados que te retienen en un manicomio? Nunca he estado en uno, no sé cómo va. 

En realidad, yo tampoco. Pero tal y como lo pintas tú, suena divertido. Puedes pegar a gente y luego te van a buscar a la playa.  

Él sonrió, orgulloso de su estereotipado personaje de psiquiatra preocupado. 

Por cierto, gracias añadió ella. Aunque estaba a punto de despacharle, la verdad. 

Joder, ya que me he currado la historia de la loca peligrosa, qué menos que mentirme y fingir que estabas desprotegida y que gracias a Dios que he llegado. 

Ella alteró su tono de voz, haciendo que sonara frágil y aniñado. 

Estaba tan asustada… no sabía en qué momento ese enorme matón de metro sesenta y cuarenta kilos me saltaría encima… ¿Qué habría hecho sin ti? Mi héroe… 

Pelín sobreactuado, pero me ha gustado un poco admitió él, sin reprimir una sonrisa cómplice. 

También te la has jugado mucho, ¿eh? Imagínate que el idiota ese hubiese estado loco de verdad. 

Habría podido salvarte. 

Él no se llamaba Sebs y ella no era una joven aspirante a actriz. A ninguno le gustaba el jazz y ambos cargaban con un lastre más pesado que sus sueños. 

Él llevaba media vida intercambiando su tiempo por sexo fácil e incoloro. Sus interacciones eran, aunque distintas, una obra de teatro ensayada hasta la extenuación. Sabía qué línea debía decir su personaje para que la coprotagonista de esa noche acabase con las uñas rasgando su espalda, un jadeo derramándose en su oído y un taxi esperándola en su puerta.  

El procedimiento era el mismo cada vez. Juraba darse una tregua cada noche y olvidaba su promesa la siguiente. Su apetito era voraz. Devoraba por gula, aunque nunca se saciase. Era el único modo de alimentar su vacío. 

La profundidad del agujero se remontaba al principio mismo de su existencia. El comienzo quedaba tan lejos que se había vuelto borroso, hasta el punto de no poder distinguir si había pasado toda su vida siendo infravalorado o es que realmente nunca tuvo nada que ofrecer. 

A falta de respuestas, encontró reafirmación. Se volvió adicto a la sensación de poder que le otorgaba cada nueva conquista. Su droga era un bello reflejo en el cristal que le mostraban.  

Se volvió flexible para hacerle frente al mundo. Había cambiado, adaptándose a su realidad. Pasaría todas las noches con alguien diferente, donde el agujero no pudiera encontrarle. Habitaría en el eterno retorno. Para sentirse vivo, abrazaría por siempre el bucle. 

Ella era rígida e inamovible. Pasó la mitad de su vida con alguien en quien confiaba, por quien habría podido matar o morir sin dudarlo. Creció con la firme creencia del amor como caballero invencible capaz de derrotar a los monstruos de la soledad. Y, con el paso de los años, cada vez se sentía más como el devoto a quien Dios ha hundido su barco, quemado su casa y arrasado sus campos, pero que aún reza por que le deje vivir.  

Su padre la abandonó cuando apenas dejaba de ser una niña y se convenció de que recompondría los trozos rotos, haciéndose más fuerte.  

Alcanzada la treintena, se quebró de nuevo. Juró que sería la última vez. Ya no podría matar ni morir por nadie. No tenía un amor al que aferrarse, que espantara las sombras y sirviera como abrigo ante el invierno. Sangraba al caminar sobre trozos de confianza rota, y cada paso escocía aún más que el anterior. Su otra mitad había decidido completarse con alguien que no era ella. Que nunca más lo sería. 

Sus principios, sabía, eran más fuertes que sus cicatrices. Y su coraza de hielo no podía congelar quien era. Quien siempre había sido. Lo sintió cuando le conoció.  

Si alguien me hubiera dicho que un día llevaría tres años saliendo con el tío que vino a salvarme en la playa, jamás me lo habría creído.  

Es muy de Tauro eso, ¿eh? 

Eres muy idiota, lo sabes, ¿no? 

Algo he oído. 

Tenías una oportunidad para decirme algo bonito y la has desperdiciado con una chorrada. 

The story of my life, baby -repuso él, bajándose las gafas de sol que llevaba en la frente. 

Fuck you contestó ella, cruzándose de brazos, reprimiendo una carcajada. 

No pongas tus morritos de enfadada. Te prometo que cuando lleguemos a Praga, meteré una manzana de caramelo en tu copa de champán.  

La peor pedida de mano de la story, baby. 

Eso lo dices porque aún no has visto tu copazo de champán. Además, casarse es de adultos aburridos. 

Alguien se está haciendo mayor y no asume su edad, me tem… Oh, ¿qué es eso de tu barba? ¿Canas? 

La broma tiene un límite y la ha pasado, señorita. Buenas noches. 


Desafiaron al tiempo y la rutina cada día. Ni siquiera la temían; ellos eran más grandes y libres que el miedo.  

Sabían que cuando las parejas se estancaban era porque uno de los dos lo hacía primero. Poco después, le seguía el otro y al final acababan convirtiéndose en un monstruo de Frankenstein hecho a base de despojos.  

Él disfrutaba pintando casi tanto como mostrándole a ella sus cuadros una vez los acababa.  

Ella estudiaba psicología por las tardes, sintiéndose una conquistadora moderna cada vez que compartía con él los enigmas del nuevo mundo del cerebro.  

Se admiraban con la pasión de quien reconoce en el otro a un igual, manteniéndoles despiertos. 

Diez años contemplaban su historia. Él era joven y poderoso cuando la conoció, pudiendo hacerla soñar desde el primer contacto con sus ojos. Lo suyo fue algo especial, pero nunca nadie le había vuelto a hacer sentirse así. No existían certezas mirándose en un único reflejo. Debía corroborar que aún era aquel joven, capaz de crear esa magia a placer, capaz de dominar únicamente con su encanto. Necesitaba volver a ser ese joven capaz. 

Se justificó pensando que solo era eso, reafirmación. Que haber acabado aquella noche, después de su exposición de pintura, con una chica diez años menor que él, incluso fortalecería su relación. “Un cómico no puede saber si aún es gracioso sin un público que ría sus chistes”. Su público, en ese momento, era una mujer cuyo nombre olvidaría a la mañana siguiente, a quien azotaba por expiar su propia culpa.  

La sensación de poder era apenas una tabla carcomida a la que se agarraba en mitad del océano de culpa. Estaba a la deriva, solo. En un escenario vacío, después de una obra que ya no tenía sentido seguir representando.  

Pasó de ser el seductor infalible al asesino que había desvanecido el único rastro de magia en el mundo real. 

Logró lo que el tiempo no pudo. Destruyó algo infinito, impertérrito.  

Ella era rígida, inamovible. Pasó diez años de su vida con alguien en quien confiaba, por quien habría podido matar o morir sin dudarlo. Supo que era la última vez que se quebraba. No había nada en lo que pudiera confiar. Si hasta algo tan puro podía ser incierto, entonces nada era real. Se sintió en la cama del hospital de su existencia. Como si hubiera pasado años en un coma profundo, fantaseando con una vida idílica, negándose a despertar. El combate de La Fantasía Romántica había perdido por ko contra El Mundo Real de los Mediocres. Se negó a aceptar la derrota. Sabía qué debía hacer. 

Su último pensamiento fue para las aventuras que no vivirían, para la gente que ya no les envidiaría, los años que ya no les contemplarían. Para la playa en la que se conocieron.  

Soñó con que él pasaba de largo, que ella comenzaba a salir con el tipo que le habló aquel día. Algo vulgar, como lo que todos tenían; vida sin sobresaltos, ruptura llevadera y vuelta al ciclo. Como todos. Como todos. Después, solo saltó. 

Habría podido salvarte dijo él, esbozando una sonrisa. 

Los médicos ni siquiera le miraron. Había vuelto al comienzo. Conocían su patrón, llevaba años haciéndolo. Revivía una y otra vez una relación pasada, hasta el momento de su final. No importaba lo que pasase a su alrededor, él permanecía siempre ajeno. Su burbuja era más grande que aquel psiquiátrico. Cabían todas las ciudades en las que había estado con ella, todos los momentos. Siempre hasta el mismo punto de su historia. Después, sólo tenía que volver a empezar. 

Se volvió flexible para hacerle frente al mundo. Había cambiado, adaptándose a su realidad. Pasaría todas las noches con ella, donde el agujero no pudiera encontrarles. Habitaría en el eterno retorno. Para sentirse vivo, abrazaría por siempre el bucle. 


Iván Muñoz


  

Chica Sombra

2 comentarios:

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