Cuéntame un cuento II: `La pareja´, por Tony Jiménez

Bienvenidos a la II Edición de la sección Cuéntame un cuento, donde vosotros sois los protagonistas. Cada domingo publicaremos un relato que seleccionaré de entre todos los que me enviéis a webchicasombra@gmail.com. El género es libre, y la extensión un máximo de 3000 palabras.

Hoy os dejo con La pareja, de Tony Jiménez.



La carretera era larga, oscura, siniestra y solitaria, sobre todo, muy solitaria, totalmente vacía, con excepción de las líneas blancas, que dibujaban breves destellos al reflejarse los faros del coche en ellas, y los árboles, que eran testigos del paseo del automóvil por una parte del mundo que les pertenecía solo a ellos. La chica sintió un ligero escalofrío al fijar sus ojos, por un momento, en aquellas sombras informes que flanqueaban la interminable vía. 

El aparato de música que llevaba el coche permanecía encendido a buen volumen, lo suficientemente alto como para disfrutar del CD puesto, pero lo bastante bajo como para captar si otro vehículo le pitaba o si algún ruido extraño la acosaba desde fuera. No creía que nada pudiese distraerla desde el exterior, puesto que llevaba quince minutos sin ver otro coche; solía ser una zona bastante vacía de gente, aunque nunca podía saberse del todo lo que podía pasar, a pesar de la ausencia total de personas por aquellos caminos. 

Se pasó la mano izquierda por la nuca, alargó dos dedos y se masajeó ligeramente el cuello, dolorido por todo el tiempo que llevaba sentada y conduciendo. La cola de pelo rubio que llevaba hecha le acarició la mano; su pelo dorado, el que cuidaba tanto y durante tanto tiempo cada vez que salía de casa. 

Cerró los ojos un instante al sentir un ligero pinchazo en la espalda —sin duda, provocado por el largo viaje—, y cuando volvió a abrirlos descubrió a la chica en mitad de la tenebrosa calzada.  

Hundió el pie en el acelerador con tal fuerza que, durante un instante, pensó que lo sacaría por el morro del coche. El sonido del automóvil frenando surcó la soledad de la carretera, rompiendo de golpe todo el silencio del que disfrutaba la naturaleza en aquel paraje desierto hasta el momento. La chica que había estado a punto de atropellar se quedó mirándola con cara de sorpresa, con incertidumbre y confusión, pero, sobre todo, con un atroz miedo en lo profundo de sus ojos; una especie de terror que parecía haber surgido al darse cuenta de que continuaba viva al no ser arrollada. 

La conductora salió del coche, sorprendida por lograr evitar la muerte de aquella misteriosa joven que salía de bosques oscuros para aparecerse a las precavidas usuarias de vehículos en carreteras solitarias. La chica cayó al suelo de culo en cuanto ella sacó su cuerpo del vehículo. 

—¿Qué demonios te ocurre? —espetó la conductora—. ¡Casi te atropello! ¡Podíamos haber tenido un accidente! 

Se acercó con lentitud hasta la chica y, gracias a los faros del coche, que la cubrían de luz de arriba abajo, pudo ver que estaba sudada de tal forma que la camiseta blanca, sin mangas y sucia, se encontraba totalmente empapada, como si llevase horas corriendo sin parar. Cuando la revisó con más atención, no le preocupaban ya las manchas de sudor o la terrible suciedad de la que parecía cubierta, sino los finos cortes que tenía en ambos brazos y el profundo surco del que manaba sangre que tenía en un lado de la frente. 

—¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor! —gritó histérica, levantándose de golpe y corriendo hacia la conductora—. ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Los ha matado a todos! 

La dueña del vehículo retrocedió un par de pasos, pero la chica fue más rápida y se abrazó a ella; ambas trastabillaron y cayeron al suelo. A pesar de ello, la estridente joven no dejaba de agarrar las piernas de la conductora, quien se encontraba aún más sorprendida de lo que ya lo había estado cuando casi la atropelló. 

—¡Los ha matado a todos! —La chica empezó a llorar—. ¡A todos! ¡A todos! 

—¡No entiendo nada! —La conductora separó a la joven, quien no dejaba de llorar; ya apenas se la entendía—. ¡¿Puedes explicarme qué te ha ocurrido?! ¡No entiendo nada, de verdad! ¡Si no te calmas, no puedo entenderte! 

—¡Los ha...! —La chica calló de nuevo; parecía estar a punto de ahogarse con sus propias lágrimas. La nariz empezó a moquearle. 

—Hay que llevarte a un hospital —dijo la otra mujer al comprobar la herida de la frente—. Te deben coser eso, o cogerás una infección... O, peor aún, perderás demasiada sangre. Vamos al coche. 

—¡Sí! ¡Al coche, al coche! —La chica se levantó, accionada por un resorte oculto, y empujó a su descubridora hacia el vehículo—. ¡Vámonos de aquí! ¡A la policía! ¡Debemos llamar a la policía! 

—Sube al coche entonces, y me lo cuentas todo mientras la llamo. 

La joven hizo caso a sus palabras y se subió apresuradamente, sin dejar de vigilar los árboles que las rodeaban. La conductora volvió a ocupar su sitio, cerró la puerta y sacó el teléfono móvil. 

—Explícame lo que ha pasado —le dijo a la chica mientras marcaba los números correspondientes. 

—Los ha matado a todos... —repitió en  un lloriqueante murmullo—. Tanta sangre... No sé por qué... 

—Increíble... —La conductora, como si no la hubiese oído, observó el móvil con rabia—. ¡No hay cobertura! Tanto tiempo pasando por aquí y hoy no hay cobertura. 

—Tenemos que irnos de aquí. —La joven parecía haber oído algo fuera del coche, a pesar de que las ventanas estaban subidas. 

—Mira, nos vamos ahora mismo hasta la comisaría de la zona poblada más cercana. Creo que es un pueblo que hay por aquí cerca, pero no voy mucho; vengo de la ciudad directamente hasta aquí. Aprieta con las manos tu herida, y reza para que cojamos el camino correcto. 

La conductora metió la llave en su ranura, intentó poner en marcha el coche y no lo consiguió. Lo intentó varias veces hasta que, con un gesto de disgusto, desistió. La mirada horrorizada de la chica empezó a acrecentarse por momentos, como un globo que se infla hasta que no puede aguantar más aire y explota. 

—Parece que estuviésemos en una peli mala de terror, je —bromeó la conductora. 

La joven no rio ante la aparente broma, sino que la miró con los ojos inyectados en sangre, húmedos y a punto de derramar más lagrimas. 

—Mira, no te preocupes. Iba de camino a casa; está muy cerca de aquí y podemos llegar andando. Allí tengo un teléfono fijo que nunca falla. Llamaremos a la policía, a una ambulancia y todo se solucionará, pero debes calmarte y decirme qué ha pasado. 

La chica asintió con tal fuerza que parecía a punto de perder la cabeza. Intentó hablar, pero se ahogaba cada dos por tres. Finalmente, logró reponerse un poco y pronunciar las palabras correctas. 

—Unos amigos y yo estábamos haciendo un camping cerca de aquí. —Tragó saliva—.  De repente, apareció un hombre muy extraño. Al principio nos cayó bien, era simpático, aunque reía de manera extraña. Cuando nos quisimos dar cuenta... 

Estuvo a punto de llorar, pero se echó el pelo negro hacia atrás, y continuó hablando. 

—Cuando nos dimos cuenta era demasiado tarde; se fue, y a los pocos segundos volvió, salido de la nada. Empezó a matarlos a todos con un hacha. Escapé por poco con un amigo, pero ambos salimos corriendo en direcciones opuestas una vez entramos en lo más profundo del bosque. Seguí corriendo... Seguí corriendo mientras oía los gritos de mis amigos... hasta llegar a la carretera y... 

—Y yo te encontré. —La mujer observó con preocupación la herida de la frente de la chica—. Mira, si hay alguien que te ha atacado, estás segura conmigo. Conozco este bosque desde pequeña, tengo mi casa familiar por aquí... Podemos llegar andando, porque, puedes andar, ¿verdad? 

—Creo que sí... ¡Pero puede estar en cualquier parte! 

—Tranquila. —La conductora sonrió de manera afectuosa—. Me llamo Emily.  

—Yo... Charlotte. 

—¿Preparada para salir del coche, Charlotte? 

De repente, y antes de que la chica pudiese siquiera asentir con la cabeza, el parabrisas delantero recibió el tremendo golpe de un hacha, haciendo que miles de trozos de cristal salpicasen a las dos mujeres, las cuales gritaron de sorpresa y miedo. 

Salieron velozmente del vehículo y vieron a un hombre vestido con un mono de trabajo, sujetando el hacha que había impactado contra el parabrisas. Intentaba sacar el arma de donde la hundió, aunque no lo conseguía; la furia que portaba en los ojos fue suficiente para ponerlas en movimiento de nuevo. 

Emily cogió a la histérica Charlotte de uno de los brazos y la arrastró para el lado contrario al que corría. En pocos segundos, ambas se internaron en pleno bosque, encontrándose con el suelo de tierra, los troncos podridos y rotos dispersados por todas partes y las ramas que se interponían en el camino de ambas. 

Cuando llevaban varios minutos corriendo sin parar, exhaustas, con los pulmones gritándoles por la falta de aire, se detuvieron, apoyándose contra un árbol cercano. Al percatarse de que estaban paradas y respirando con demasiada fuerza para el silencioso bosque, se ocultaron tras el tronco en el que se apoyaban, agachándose con sumo cuidado. 

—Creo que le hemos dejado atrás —susurró Emily. 

—Nos va a matar... Nos va a matar... Nos va a matar... —repetía sin cesar la otra chica. 

—Ese tipo no te va a matar. —Emily se asomó con cuidado—. Creo que no nos sigue. Si tenemos suerte, no se habrá percatado del camino que hemos tomado. 

—¿Y tu casa? 

—Está cerca, tranquila. —Entrecerró los ojos—. Shhhh. Creo que he visto algo. 

Las dos se acercaron más la una a la otra para ocupar menos espacio, y se pegaron aún más al árbol tras el que se escondían. Respiraron despacio, con total discreción, sabiendo que la vida les iba en ello, y oyeron unos rápidos pasos que se acercaban a su escondite; unos pasos fuertes, que rompían hojas, pisaban ramitas secas y se aproximaban a su posición con una determinación terrorífica. 

Ambas mujeres empezaron a sentir un sudor frío que les embargaba debido a la tensión que sentían. ¿Quedarse en aquel sitio a esperar la muerte o salir corriendo? 

Charlotte tomó la decisión por las dos, agarró una rama del suelo y salió al encuentro de su perseguidor, dispuesta a partirle la cabeza de un golpe con todas sus fuerzas. El dueño de los pasos que atenazaban su corazón esquivó el golpe y, cuando las dos mujeres pudieron observar quién era, se dieron cuenta que no era el hombre del hacha. 

–¡Frank! —Charlotte abrazó al chico. 

—¡Charlotte! —El chico le devolvió el abrazo; por el rabillo del ojo descubrió a Emily, pero le importaba más el bienestar de su amiga que la curiosidad por saber quién era la desconocida. 

—¡Creí que te había cogido! —exclamó la chica, haciendo demasiado ruido para el quieto y silencioso bosque. 

—Parece que te siguió a ti. —Frank respiraba con dificultad, como si hubiese estado aguantando el aire en los pulmones durante todo el tiempo—. Yo también pensé que me seguiría a mí, aunque, después de un rato corriendo sin parar, me detuve. Nadie venía a por mí. Intenté llegar a la carretera por la que vinimos, pero, al no encontrarla, volví sobre mis pasos hacia el camping. 

—¿Ha sobrevivido alguien? 

El chico negó con la cabeza y los ojos cerrados. 

—Están todos... —Las palabras parecían atascadas en su garganta—. Ha sido horrible... Todos... Había cuerpos por todas partes, y mucha sangre... Tanta sangre... El vestido de Helen, ese tan bonito que estaba pensando estrenar estaba... estaba... 

Los dos se abrazaron con fuerza. El joven lloró hasta que no le quedaron lágrimas; la chica no pudo ni siquiera humedecerse los ojos, ya cansados de llorar por culpa del infierno vivido. 

—No es buena idea quedarse aquí. —Emily miró de un lado a otro, vigilando cualquier movimiento extraño. 

—Me crucé con ella en la carretera —informó Charlotte al chico, cuando este miró a la antigua conductora. 

—¿Encontraste la carretera? ¿Has pedido ayuda? 

—El móvil no me va, y el coche tampoco —afirmó Emily—. El psicópata que os persigue viene siguiéndonos desde allí. 

—¿Tienes alguna idea? —preguntó Charlotte a su amigo; pensaba seguir los planes de Frank antes que los de una desconocida, por buenos que fuesen. 

—Ir a la carretera y parar algún coche, y si el de ella se ha estropeado... 

—Íbamos a mi casa, cerca de aquí, y tiene teléfono —intervino Emily. 

—¿Cómo está de cerca? —preguntó el chico. 

—Muy cerca, pero no vamos a llegar nunca si seguimos aquí llamando la atención. 

Los amigos estuvieron de acuerdo al instante. Sin embargo, cuando se giraron para salir corriendo de nuevo, el asesino surgió de detrás de un árbol cercano, con el hacha bien agarrada entre sus manos, los ojos brillando de furia y un gesto imperturbable en el rostro. 

Los tres se quedaron de piedra al verle. El asesino levantó el arma y, con una velocidad inusitada, descargó un fuerte golpe en el pecho de Frank, clavando toda la parte afilada en la carne con una facilidad pasmosa. Charlotte comenzó a chillar, mientras el psicópata sacaba el hacha del cuerpo del muchacho con un sonido asqueroso. La sangre brotó de la herida, salpicando el suelo de tierra, y Frank, a las puertas de la muerte, cayó al suelo entre estertores. 

Antes de que el asesino pudiese reaccionar, Charlotte le sacudió una fuerte patada en la entrepierna, haciéndole caer de rodillas al lado del cuerpo masacrado de su amigo. Tanto ella como Emily aprovecharon el instante de dolor del psicópata para alejarse de él a toda prisa, hasta que les pulmones amenazaron con explotar. Aun así, no pararon; sus órganos respiratorios tendrían que aguantar. 

Solo se detuvieron poco después en dos ocasiones; la primera, para que Charlotte pudiese desahogarse por el repentino asesinato de Frank, el único de sus amigos que había sobrevivido a la masacre; y la segunda, para asegurarse de que el asesino del hacha no las seguía. No pensaban caer como el joven, cogido por el lunático de improviso, mientras hablaban. 

Los árboles pasaban a su lado como una exhalación, como si fuesen un espejismo de la pesadilla que estaban viviendo, el horrible infierno que las había cogido por sorpresa. La quietud del bosque las rodeaba, amenazante, como si quisiera que el asesino las encontrase y acabara con sus vidas para poder continuar con la tranquilidad de la que disfrutaba, sin gente a su alrededor. 

No llevaban mucho tiempo corriendo, pero el esfuerzo y el cansancio, tanto mental como físico, hacían que parecieran horas. Cuando divisaron el hogar de Emily, creyeron que era una especie de ilusión provocada por la adrenalina y todo el tiempo que llevaban con las piernas en movimiento. 

En realidad, la pequeña casita de dos pisos sí que parecía sacada de cuento de hadas en mitad de un bosque tan oscuro y tétrico, donde un hombre con un hacha podía asesinar a jóvenes de la forma que le apeteciera. Un halo de esperanza para Charlotte, que corrió hasta la puerta de la vivienda a toda prisa, justo cuando, a varios metros de donde estaba, oyó algo que surgía del bosque. 

—¿Has oído eso? —preguntó en voz baja, casi inaudible. 

—No he oído nada —afirmó Emily. 

—Pues yo...

Del lado del bosque de donde le había llegado el ruido, apareció el asesino. Su gesto ya no era serio e imperturbable, sino que estaba lleno de una rabia asesina que no se acabaría hasta terminar con la chica que había logrado dañarle, aunque fuese de manera tan nimia. 

Charlotte echó a correr con todas las fuerzas que le quedaban hasta la puerta de la casa. El psicópata hizo lo mismo, solo que estaba menos cansado, era más fuerte y mucho más rápido, aunque se encontraba más lejos de la entrada. La chica llegó antes a la puerta, trató de abrirla, pero, por supuesto, estaba cerrada. Miró hacia atrás, y vio a Emily acercándose a ella lentamente, como si le diese igual el maníaco. 

—¡Vamos! ¡Abre la puerta! —Charlotte vio, horrorizada, cómo el asesino estaría a su lado en unas tres o cuatro zancadas más—. ¡Rápido! ¡Abre la puerta! 

Cuando Emily llegó a su lado, sonrió de manera macabra, sacó su teléfono móvil y se lo mostró claramente: el aparato funcionaba perfectamente y poseía cobertura de sobra. 

—Ups. Alguien ha mentido —canturreó de forma siniestra. 

La chica abrió la boca sin comprender nada. Emily torció el gesto, guardó el teléfono y sacudió un terrible y veloz puñetazo a la cara de la joven, haciendo que su cabeza golpease contra la puerta y cayese al suelo, totalmente inconsciente. 

—Maldita zorra... —se quejó el asesino al llegar a las dos mujeres, sin dejar de observar a la caída Charlotte.  

—El puñetazo ha sido por la patada a mi novio, estúpida. —Emily escupió sobre la chica. 

—Ha sido toda una carrera, cariño. —El psicópata abrazó a su pareja antes de fundirse ambos en un apasionado beso.  

—Pero al final he ganado yo —afirmó, triunfante, Emily. 

—No creo que... 

—¡He ganado yo! —protestó la mujer—. Quedamos en que si yo encontraba a la chica ganaba esta vez y me quedaba con los demás. 

—Está bien. —El asesino pasó el filo del hacha por la cabeza de Charlotte, muy lentamente—. Ella y los otros para ti. 

—¿Cuántos han quedado? 

El hombre sacó unas llaves de uno de los bolsillos del mono negro que llevaba, se acercó a la puerta de la casa, la abrió y descubrió a dos chicos del camping que habían sobrevivido a su ataque inicial. 

—Dos, cariño. Han quedado dos. 

—Será una noche divertida. —Emily miró con deseo a sus presas.  

—El muy idiota del otro chico se podría haber parado a contar; no los maté a todos —admitió el asesino. 

—¿Mismo juego la próxima vez? —preguntó la mujer, sonriendo ampliamente. 

—Estos han estado bien. Han llegado a tocarme. —El lunático asintió—. Mismo juego. Esperemos que sea más emocionante. 

—Ya veremos —contestó Emily sin que su sonrisa disminuyese. 


 

Chica Sombra

4 comentarios:

  1. Me encaaaantaa. No he podido apartar la vista de las letras, leyendo cada vez más rápido hasta llegar al final. En este tipo de historias siempre espero un giro, y que el bueno sea malo... Pero a medida que avanzaba me ha despistado por completo. Mola, mola mucho.

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  2. Qué bueno!!! Y vaya final!
    Besotes!!!

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