Cuéntame un cuento II: Un regalo para mamá, por Rain Cross

Bienvenidos a la II Edición de la sección Cuéntame un cuento, donde vosotros sois los protagonistas. Cada domingo publicaremos un relato que seleccionaré de entre todos los que me enviéis a webchicasombra@gmail.com. El género es libre, y la extensión un máximo de 3000 palabras.

Hoy os dejo con Un regalo para mamá, de Rain Cross.


―¡Mi regalo será el mejor! ―gritó Carlitos Gutiérrez Martínez mientras pintaba el dibujo de un famoso ratón. 

―¡No! ¡El mío le gustará más ―le espetó su hermano gemelo Tomás, cogiéndole uno de los colores y lanzándole al suelo. 

―¡Se lo voy a decir a mamá! ―Se levantó, indignado, cruzando los brazos sobre el pecho. 

―¡Y yo le voy a decir que te comiste todas las galletas que guardaba en el cajón de la cocina! ―Ante aquellas palabras, el pequeño se encogió de hombros por lo que Tomás sonrió con satisfacción. 

―¡Os queréis callar ya! ―Ángela, la hermana mayor, ya no podía soportar más el griterío de sus hermanos. Vale que tuvieran siete años, pero eso no era excusa para estar todo el día molestando.  

―¡Ha empezado él! ―acusó Carlitos. 

―¡Mentira! 

―Me da igual quien haya empezado, la cuestión es que os calléis, o los Reyes no os traerán nada más que carbón ―Los dos niños se miraron asustados. Ventajas de doblarles la edad: aún creían en la magia de la Navidad―. Eso es, así que, ahora calmaditos y a pintar. A todo esto, ¿por qué estabais discutiendo? 

―Por el regalo de mamá. 

Ángela les miró sorprendida. 

―¿Qué pasa con eso? Son los Reyes los que deciden qué le van a traer… 

―Ya, pero hemos pedido cosas para ella ―dijo Tomás con dulzura. 

―Y… ¿qué habéis pedido? 

―Yo ese colgante que siempre se queda mirando en el escaparate de la joyería de la esquina ―contestó Carlitos con una sonrisa en los labios. 

―Y yo un lote de libros nuevos. Lo hemos puesto en la carta de los Reyes, cuando mamá lo vio se emocionó mucho. ―Tomás hablaba como si hubiese realizado la mayor de las hazañas. 

―Ah… 

Fue lo único que dijo. Aunque el detalle era tierno, sabía que eso suponía que su padre se gastara más dinero aquellas navidades por culpa de los dos mocosos. «A mamá le hizo ilusión ―pensó―. Lo que le voy a preparar sí que le va a gustar». 

―¡Chicos! ¡La cena! ―avisó su padre desde el salón. 

―Venga, enanos, a lavaros las manos. Os quiero en la mesa en cinco minutos. 

Sus dos hermanos obedecieron, sabían que no debían enfadar a Ángela. Por su parte, la niña se marchó a su habitación. Buscó en el armario el reloj de pulsera que había elegido para su madre y lo contempló unos segundos. Lo dejó, haciendo un chasquido con la lengua, mientras su mente pensaba a toda velocidad. «El mío sí que le va a encantar». 

Aquella noche cenaron en familia. Sus padres chinchaban a los pequeños con la llegada de los Reyes mientras Ángela no apartaba la vista del móvil. 

―¿Qué es tan interesante? ―preguntó su madre. 

―Nada. Tonterías, en realidad. ―Guardó el teléfono en el bolsillo y sonrió―. Papá, la cena estaba buenísima. 

―Gracias, Angie. La verdad es que, después de tantas comilonas, no sabía qué hacer para esta noche. 

―Pues te ha quedado todo perfecto ―dijo Ángela con cara de no haber roto un plato en su vida. 

Sus hermanos no dejaban de hacer ruidos al comer y la niña no pudo evitar pensar en el tiempo en el cual tan solo eran tres; sus padres siempre estaban por ella, pero al nacer los gemelos tuvieron que repartir su amor. Al principio, Ángela no se tomó nada bien la llegada de los dos niños, pero sus padres la compensaban comprándole el doble de juguetes a ella. Miró a su madre; siempre había tenido debilidad por ella ya que, aunque quería mucho a su padre, su progenitora era el pilar de su vida. 

―Bueno, después de esta deliciosa cena que ha preparado papá, habrá que irse a la cama, que esta noche… vienen los Reyes Magos. ―Al escuchar esas palabras, los dos pequeños empezaron a moverse en sus asientos―. Tranquilos, chicos, que como no os calméis no podréis conciliar el sueño esta noche. 

―Mamá, había pensado en prepararles una leche caliente para que puedan descansar mejor. ―La primogénita de la familia guiñó un ojo a su madre. 

―Me parece una idea genial, hija. 

Ángela estaba encantada ante las palabras de su madre. Sus hermanos engulleron la cena y, después, vieron un poco la televisión antes de irse a dormir. Tras la rutina habitual de dientes y pijamas, los dos pequeños estaban metidos en sus camas con las mantas hasta la barbilla. La niña preparó dos tazas y se las dio junto a un beso de buenas noches. 

―¡Qué ganas tengo de que mamá vea su regalo! 

―¡Querrás decir regalos, Carlitos! Que los Reyes le traerán los dos. 

―Sí, pero el mío le gustará más. 

―¡Anda, parad ya con esa tontería y a dormir! ¡O no habrá más que carbón debajo del árbol! 

Salió de la habitación justo cuando sus padres iban a leerles un cuento de buenas noches. Se marchó a la suya, se puso el pijama de flores rosa, y esperó. 

―Buenas noches, cielo ―dijo su padre desde el marco de la puerta. 

―Buenas noches, papá. 

―¿Tienes ganas de ver tus regalos? ―Su madre entró en el cuarto y fue a darle un beso en la frente. 

―¡Claro! Algo me dice que me he portado bien este año. ―Sonrió. 

―Cierto. Además, te has portado mejor con tus hermanos y has sacado tres notables y un excelente, así que… A diferencia del año pasado que tuviste carbón por pegar a tus hermanos y tirar a Carlitos del columpio… 

―¡Fue un accidente! ―se defendió Ángela. 

―Creo que vas a tener razón. Ya viste en navidades, Papá Noel te trajo esa tablet que tanto querías. 

―Sí. ―Sonrió―. Pero de lo que tengo más ganas es de que veas el mío. Te va a encantar, te lo prometo. 

―Gracias, princesa ―La abrazó―. Y ahora, a dormir, que los papis tienen cosas que hacer. 

Su madre se marchó de la habitación dejando a Ángela con una sonrisa. «Yo también, mamá. Yo también». 


*** 


La mañana del día de Reyes amaneció tranquila. El rocío de la humedad nocturna adornaba las calles, y el frío hacía que la gente durmiera un poco más. Todos menos los niños, que se desvelaron a primera hora de la mañana con la esperanza de ver los regalos que les habrían traído. 

En casa de los Gutiérrez Martínez había una calma extraña. Laura, la madre, se despertó sin los abrazos ni el griterío de sus pequeños, algo habitual la mañana en la que sus majestades traían presentes a todos. Despertó a Rubén, su marido, con un ojo en el reloj. 

―Cariño, son las nueve… 

Rubén se desperezó, extrañado. 

―¿No me digas que los dos terremotos se han quedado dormidos? 

―Eso parece ―contestó Laura. 

Se levantó de un salto y fue a la habitación de los gemelos: no estaban en sus camas. Después, se dirigió a la de Ángela, por si habían ido a incordiar a su hermana mayor, pero tampoco había nadie en ella. «Puede que se hayan adelantado para abrir algún regalo…», pensó, aunque era algo extraño en sus hijos: el ritual familiar era despertarles primero entre gritos y abrazos e ir juntos a por los regalos. 

―¡¿Dónde estáis, niños?! ―gritó, dirigiéndose hacia el salón. 

Al entrar, contuvo un grito de terror. Sus hijos, sus pequeños, estaban sentados en extrañas poses, envueltos en papel de regalo, con los brazos extendidos. Sobre sus pequeñas manos se encontraban sus corazones, adornados con un lazo de celofán. Ángela estaba de pie, con el pijama manchado de sangre y una extraña mueca en el rostro. 

―Te gusta, ¿verdad, mamá?  

Rubén, que llegó en ese momento, no pudo contener el llanto. 

―¡Oh, Dios, no!  

―Pero… ¡¿Qué has hecho?! ―gritó Laura, tratando de no desmayarse. 

―Tu regalo. ¿A qué es hermoso? Esos mocosos creían que te iban a encantar las tonterías que habían pedido, como si los Reyes te fueran a traer algo, cuando eres tú la que compra los regalos. Pero yo sabía que el mío sí te iba a gustar. Ellos no tienen ni idea… No te conocen como yo. No te quieren como yo.  

Laura se dio cuenta de que llevaba un cuchillo entre las manos. Lo zarandeaba al hablar, dándole un aire amenazador. 

―Así que anoche les metí las pastillas que usa papá para dormir en la leche. No se dieron cuenta de nada. Los bajé al salón y empecé mi obra. El regalo perfecto: sus corazones, ya que ellos son sinónimos de amor. Y aún falta el mayor de todos… 

Al decir eso, la niña se clavó el cuchillo en el pecho, emitiendo un grito de dolor. Laura y Rubén se lanzaron a quitarle el arma, pero ella se zafó de ellos, hundiendo más la hoja. 

―¿Te gusta, mami? ¿Te gusta? ―dijo con un hilo de voz.  

Laura la sostuvo entre sus brazos sin sabe qué decir. Sin comprender cómo su hija se había convertido en un monstruo. 

―Feliz día de Reyes… ―susurró, antes de cerrar los ojos para siempre. 


 

Chica Sombra

3 comentarios:

  1. Excelente, ¡me encantó! ��
    Ángela, vaya encanto de niña ��

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