Cuéntame un cuento II: `La última víctima´, de David Guirado

Bienvenidos a la II Edición de la sección Cuéntame un cuento, donde vosotros sois los protagonistas. Cada domingo publicaremos un relato que seleccionaré de entre todos los que me enviéis a webchicasombra@gmail.com. El género es libre, y la extensión un máximo de 3000 palabras.

Hoy os dejo con La última víctima, de David Guirado.



Benja Cobo, pese a ser un hombre robusto, sano y fuerte, se encuentra inquieto. Está esperando a que ocurra algo. Es una emoción que viene sintiendo constantemente desde hace semanas. Su viaje a los Páramos de Inglaterra no es que contribuyera precisamente a calmar sus ánimos. Más bien al contrario. Aquello no salió como esperaba y, desde que volvió a Queens de su periplo por tierras inglesas, su vida cambió por completo. 

Claro que, al menos, seguía teniendo vida. No podía decir lo mismo de sus viejos amigos del instituto.  La panda estaba quedando mermada en el peor de los sentidos. Mickey, Laurie y Patricia estaban muertos. Los tres habían sido asesinados. El solo pensamiento de este hecho, estremecía por completo a Benja, pero es lo que había ocurrido. Fueron acechados y asesinados uno a uno mientras él estaba de viaje por Inglaterra. 

Si había una cosa que Benja anhelaba últimamente era salvaguardase de todo mal que pudiera acontecer en esa jornada. Sorbió un trago de un vino barato para hacer acopio de fuerzas antes de acceder a la seguridad de su sótano. Cuando se levantó de su asiento, pasó junto a su gato Yorick. La reacción del minino fue contundente. Se le erizó todo su pelaje y abrió ampliamente la boca, mostrando agresivamente todos sus colmillos a la par que le dedicó una mirada desafiante. Antes siquiera de que su dueño pudiese reaccionar, el gato saltó por una ventana abierta marchándose lejos de su amo. Y no se puede decir que hiciera mal al seguir su instinto. 

*****

Hacía tres semanas, Mickey estaba cumpliendo su rutina habitual de los martes. Ir al gimnasio y ponerse a tono con el saco era su pasión. Él siempre había sido un muchacho corpulento y musculoso, de ahí que su apellido, “Vega”, fuera muy poco usado por sus allegados. Todos le conocían como Mickey “Balboa”, ya desde el instituto. Su ídolo era cierto boxeador cinematográfico y el apodo le hacía justicia, tanto por su físico como por su actitud de luchador. Tras un pasado problemático, plantó cara a la vida y dio un vuelco total cuando se enamoró de la que se convertiría en su esposa. Gracias a ella se convirtió en una persona distinta, alguien mejor. 

Al ser un habitual del gimnasio más concurrido del Bronx, el dueño no tuvo ningún inconveniente en dejarle una copia de las llaves. “Me voy a quedar a darme una buena ducha antes de volver con la parienta”. Esas fueron sus palabras literales a Raf, mandamás del centro de entrenamiento. Por supuesto, no podía negarle nada a su cliente preferido. 

Cuando “Balboa” estaba agarrando su toalla, escuchó el nada disimulado ruido de unos pasos. 

¿Quién anda por aquí? preguntó sorprendido Mickey—. ¿Eres tú, Raf? No me digas que a Rivera se le ha vuelto a olvidar su arco en el gimnasio. 

El no obtener respuesta hizo que se pusiera en alerta. Se ató la toalla a la cintura y se asomó por la puerta de las duchas, con la esperanza de poder ver al viejo dueño del local. Ni siquiera se paró a ponerse las obligatorias chanclas de ducha, saliendo disparado a asomarse a la entrada de la habitación. Pasó por delante de las taquillas y se aproximó a la puerta. 

Mickey giró la cabeza a la izquierda y no vio a nadie. Cuando efectuó el movimiento hacia el lado contrario, se encontró de lleno con un bate que le golpeó con una fuerza desmedida en la cabeza, impactándole contra el cráneo y provocándole un reguero de sangre. Ni siquiera un portento como “Balboa” logró reaccionar a tiempo, quedándose en estado de shock tras ese fuerte porrazo recibido en la cabeza. 

Lamentablemente para la montaña humana, no fue la última vez que el bate se estampó contra su cuerpo. Una y otra vez, un muy bien entrenado varón de unos treinta y tantos años de edad le golpeaba con fuerza, provocando heridas que jamás sanarían. El bate subía y bajaba con extrema violencia contra el cuerpo malherido y casi sin vida de Mickey. 

El odio que siento durará hasta el fin del mundo y el día de después espetó una voz siniestra y ronca, sin dejar de machacar una y otra vez a “Balboa”, ya convertido en un cadáver frente a sus pies. 

*****

 Benja estaba ya bajando las escaleras de su casa, las cuales conducían hasta el sótano. En unos instantes, la tarde iba a dar paso a la noche y era primordial resguardarse. Suficientes vidas habían sido ya segadas. 

Cuando estaba bajando, no pudo evitar detenerse frente a uno de los cuadros que adornaba una de las paredes. Se trataba de una pintura que representaba una estrella de cinco puntas. Benja Cobo la observó unos minutos, primero muy concentrado, y posteriormente esgrimiendo un gesto de desprecio. Tras esto, susurró unas palabras malsonantes y continuó bajando hacia el sótano. 

*****

Hacía dos semanas, Laurie Miller se encontraba sola en su casa. Era una mujer exitosa y su soledad iluminadora era escogida por voluntad propia, y bien contenta que estaba de ello. Había dedicado la última década de su vida a amansar una pequeña gran fortuna, por contradictorio que suene, y le gustaba disfrutar de los pequeños placeres. El comercio de especias y las buenas inversiones en bolsa le habían reportado una estabilidad que le permitía poder darse un homenaje de forma muy habitual. En concreto, esa noche de miércoles se encontraba sola en su hogar saboreando una copa de su bebida espirituosa preferida, “El placer del Baco”. 

Vivir sola era para Laurie un privilegio. No era una misántropa. No odiaba a nadie. Es más, estaba encantada de emplear su dinero en fundaciones que ayudaran a los más necesitados. Simplemente, le gustaba poder relajarse a solas. 

Conocía a Benja Cobo desde el instituto, y nunca perdieron el contacto. Nunca habían dejado de tenerse en alta estima mutuamente. No obstante, Laurie no era tan aventurera como Benja y, cuando le propuso que le acompañara a Inglaterra de vacaciones, se negó en rotundo. Prefería quedarse unos días en su casa, con la simple compañía de su alcohol y de un libro. Ni siquiera había consultado su móvil durante varios días, y permanecía en total ignorancia acerca de la muerte de su antiguo compañero de clase, Mickey. 

El libro escogido para acompañarle mientras procedía a la ingesta de Baco era “El llanto del Ornitorrinco”, de Dan Hawker, y tenía a Miller tan o más absorta que la bebida que estaba degustando. La lectura la tenía completamente ensimismada, bien repantigada en su sofá preferido. Pasaba y pasaba las páginas de la obra con sumo interés. La tenía completamente absorta. Tanto fue así, que no se percató de que ya no estaba sola en la casa. Alguien se había situado detrás de su sofá, observando en silencio a Laurie, quien proseguía la lectura con avidez, tocándose ocasionalmente su larga melena morena, sin darse cuenta de la situación. 

De golpe, y sin tan siquiera tener tiempo para sorprenderse, notó cómo algo le presionaba fuertemente el cuello, sin darle tregua para poder respirar. En concreto, una cuerda le apretaba con ahínco y fuerza. Más y más cada vez. Por muchos esfuerzos que la mujer hiciera por liberarse, era fútil resistirse. Su vida iba apagándose por momentos, a la par que la cuerda ejercía más presión sobre su cuello. Oponer resistencia no servía para nada, dada la enorme fuerza que se estaba empleando para ahogarla. 

Hoy estás tú en el lado malo susurró una voz siniestra, la última que Laurie jamás escucharía en este mundo. 

*****

Benja Cobo ya se encontraba en su sótano. El último bastión donde resguardarse. Cada vez se iba acercando más la noche y no dejaba de pensar en todo lo que había pasado en el último mes.  Inglaterra, los Páramos, las muertes que habían tenido lugar… Era mucho que procesar. Todas le dolieron, pero ninguna tanto como la de su amiga Laurie, una mujer solitaria, pero cuya presencia le llenaba. 

Nada más regresar de su viaje, se enteró de que sus compañeros del instituto habían ido muriendo semana tras semana en su ausencia. Por unos momentos pensó que esa serie de acontecimientos podrían haberse disparado por lo ocurrido en el extranjero. Pero esa posibilidad la descartó casi de inmediato. No cuando, para su vergüenza, existía un acontecimiento de su pasado que podría haber desembocado en esa espiral de muerte y venganza. Algo que había borrado de su mente durante años por causarle un profundo remordimiento. Por lo menos, hasta el momento. Cruzar la línea del asesinato estaba por encima de ello. 

Benja interrumpió su meditación acerca de lo perdido dirigiendo su mirada a un cuarto secreto que se encontraba en su sótano, uno protegido con una robusta puerta de acero. Se acercó a ella y la entreabrió, pensando en que se aproximaba la hora de meterse dentro para resguardarse. Nunca había utilizado esa habitación del pánico, por mucho que viniese incluida como extra cuando adquirió su vivienda. Algunas casas contaban con dichos refugios para situaciones de emergencia. Salas creadas en tiempos paranoicos o de necesidad, depende de a quién preguntases. Cuando Benja entreabrió la puerta de esa sala, se podía ver cómo esa especie de habitación del pánico tenía las paredes llenas de arañazos. 

Si durante el último par de días esto ha servido para mantenerme aislado, hoy también debería funcionar murmuró Cobo para sí mismo, justo antes de percatarse de que no estaba solo. 

*****

Hacía una semana, Patricia Alonso estaba realmente nerviosa. No podía dar crédito a que dos de sus viejos amigos de clase estuvieran muertos. Se llevó las manos a la cabeza al saber de la muerte de Mickey y le dolió en el corazón. Fue hace años su primer amor, hasta que sus caminos se separaron, y esas cosas nunca se termina de olvidar. Fue algo doloroso para ella, algo devastador.

Sin embargo, esa sensación de pérdida vino acompañada de algo peor cuando supo de la muerte de Laurie. Pasó a sentir temor. Por ella, y por lo que sería de sus hijos, Kimberly y Kevin. Sí, se quedarían con su padre, pero tenía terror de que los niños crecieran sin el cariño irreemplazable de una madre. No podía tolerarlo. 

Al enterarse de ese segundo asesinato, mandó a sus hijos a casa de sus abuelos. Les puso una excusa mala para así alejarlos del peligro. Peligro que ella sabía que llegaría, pues había algo en su pasado que unía esas muertes a ella. No estaba nada orgullosa de su comportamiento durante los años de instituto, y ahora unos hechos aciagos iban a retornar para acabar con ella. 

Sin embargo, lo tenía decidido. Tras poner a salvo a su familia anticipadamente, ella iba también a ponerse a salvo. Necesitaba coger alguna documentación importante que tenía en su lugar de trabajo antes de abandonar New York junto a los suyos. Fue rauda y veloz. Tras coger lo que le precisaba, acudió al parking donde tenía aparcado su coche, ese Honda tan compacto que utilizaba para ir a trabajar en su rutina diaria. El camino hasta el vehículo se le hizo interminable, oteando constantemente que, de golpe, no apareciera nadie. Sentía que cada paso que daba era el equivalente a cien. Temía que en cualquier momento se le abalanzara alguien. Alguien, no, Angel Blond. Únicamente podía ser él quien estaba causando esas muertes. 

Patricia subió al coche apresuradamente cuando lo alcanzó y no pudo evitar lanzar un suspiro de alivio. Tan solo le restaba meter las llaves en el contacto, arrancar y conducir hasta Canadá, junto a los suyos. Allí estarían todos a salvo. No obstante, no era eso lo que iba eso a suceder. 

Cuando estaba colocando correctamente el espejo interior antes de arrancar, vio algo que le heló la sangre. Había alguien dentro del coche y, antes de que ella pudiera reaccionar, desde el asiento de atrás pasó al del conductor, armado con un enorme cuchillo de carnicero. 

Angel, sé que eres tú acertó a espetar Patricia antes de que el asesino tuviera tiempo de emplear su arma blanca—. Siento mucho todo lo que hicimos. Pero ahora soy diferente… 

Patricia Alonso no llegó a acabar la frase y a decir que ahora era una madre de familia que se arrepentía muchísimo de lo que había hecho. No pudo articular ni una sola silaba más. Lo único que le quedaba era gritar mientras que Angel Blond le clavaba una y otra vez un enorme cuchillo con ensañamiento y violencia. 

Tu ángel de la muerte ha llegado fue el mantra que el violento criminal dijo mientras aún le quedaba un aliento de vida a Patricia. Entonces, hundió el cuchillo por última vez en su cuerpo. 

*****

Benja sentía que el momento había llegado. En las últimas semanas, sus sentidos se habían amplificado extraordinariamente y notó que alguien estaba escondido dentro de la habitación del pánico. Incluso cuando no había terminado de caer la noche, esas habilidades acostumbraban a hacer acto de presencia. Si a esto sumamos que estaba especialmente alerta debido a los asesinatos de sus compañeros de instituto, Benja Cobo no era precisamente una presa fácil de sorprender. 

Sé que estás ahí dentro, Angel gruñó mientras miraba fijamente la habitación de seguridad de su sótano—. Sé que eres tú. 

Angel Blond ni se molestó en negar que estaba escondido dentro de lo que debía ser una fortaleza de la soledad de Cobo.  Era un hombre de recursos y, aunque a priori era una tarea titánica el poder atravesar la seguridad de una habitación especialmente diseñada para la protección, para él no era ni mucho menos un imposible. 

Angel se mostró a Benja y su aspecto le hacía parecer por lo menos diez años mayor de su edad. Llevaba el pelo desaliñado, una barba mal afeitada de varios días y las arrugas habían asomado en su rostro mucho antes de la cuenta. Iba completamente vestido de oscuro, aunque no tapaba su cara. Parecía como si quisiera que quien se topase con él pudiera verle. 

No me sorprende verte aquí tras lo que has hecho con los demás espetó Benja—. Sí, supe enseguida que habías sido tú. Tú eras lo que nos unía. Para mal. 

Me hicisteis pasar un infierno en el instituto confesó Angel—. Yo era un recién llegado. Solo quería integrarme y ser uno más. Pero Mickey, Patricia, Laurie y tú no tuvisteis piedad.—. Blond se tomó un momento para aclararse la garganta antes de continuar—. En lugar de darme una oportunidad, me hicisteis pasar por un infierno. .

En el presente, las cosas eran completamente diferentes. Le interrumpió Benja—. Mickey se reformó y se casó. Patricia era una madre de familia. Y Laurie… Aquí no pudo proseguir momentáneamente, ya que notaba cómo la luna iba a salir y eso le trastocaba—. Laurie estaba dedicando su fortuna a hacer del mundo un lugar mejor. 

Unas bellas palabras respondió Angel—, pero eso no borra que durante años tuviese que soportar vuestras torturas. Me golpeasteis con palos, me atasteis con cuerdas a un árbol. Incluso un día que Patricia iba borracha, me clavó una navaja en el brazo. Y, por supuesto, tú me pusiste el ojo morado por placer. Por poco lo pierdo añadió Angel Blond mientras le mostraba que llevaba puestas unas nudilleras con pinchos incorporados, claro anticipo de que pensaba hacer uso de ellos—.  Llevo años preparándome para esto, y uno a uno me he ocupado de todos vosotros. Tú serás mi última victima. 

Benja se tocó la barbilla. Sintió un temblor que le recorrió el cuerpo. El cambio estaba a punto de suceder. El cuerpo estaba empezando a arderle, la temperatura le estaba subiendo por momentos y era una sensación que sabía perfectamente lo que conllevaba. 

Estuvo muy mal lo que hicimos reconoció Benja Cobo en voz alta, tras tantos años—. En aquellos tiempos buscábamos pasarlo bien y nos dio igual a costa de quién hacerlo. Fuimos unos abusones, lo vi con el paso del tiempo. Has matado a gente, y eso no tiene justificación. Un pasado torturado no es excusa para convertirse en un monstruo. Y, créeme, yo sé de monstruos. 

Los ojos de Benja, de golpe, se pusieron repentinamente amarillos, para absoluta sorpresa de Angel, quien no pudo ocultar un gesto de horror ante lo que había ocurrido. 

¿Pero qué coño?  fue lo único que salió de su boca en ese preciso instante. 

Una metamorfosis se llevó a cabo. Las ropas de Cobo se empezaron a rasgar mientras él aumentaba su tamaño. El pelo de su cuerpo empezó a crecer de forma alarmante. Sus manos empezaron a asemejarse a unas patas y sus uñas crecieron desmesuradamente. 

¿No te sorprendiste de ver marcas de arañazos en el refugio? dijo Benja con una voz muy grave que apenas reflejaba un leve rastro de humanidad—. Te preparaste muy bien para esto,  pero no tuviste en cuenta que en Inglaterra me mordiera un hombre lobo. Eso fue lo último que logró articular antes de que su boca se transformase en las fauces de un animal y sustituyese sus palabras por gruñidos. 

Angel Blond apenas tuvo tiempo de esbozar una mueca de auténtico terror. Se quedó helado de miedo ante lo que acababa de ocurrir delante de sus ojos. Ni siquiera pudo hacer un intento de defenderse cuando esa bestia se abalanzó sobre él. 

Llevaba lustros preparándose para culminar su venganza. Había acudido a terapia durante años para lograr superar el complejo de inferioridad creado por el abuso sufrido durante el instituto. Había pasado años entrenando para que nadie pudiera jamás someterle. Había pasado mucho tiempo averiguando todo sobre sus objetivos, aunque, a posteriori, no averiguó lo suficiente. Sí habría una última víctima. Pero no sería la que Angel Blond había planeado que fuese. 

Chica Sombra

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