Cuéntame un cuento III: `La muerte del poeta´, por Aureliano Rocamora

Hoy tenemos un nuevo relato para la III Convocatoria de Cuéntame un cuento, sección en la que vosotros sois los protagonistas.

Si tienes un relato y quieres que te lo publiquemos, no dudes en mandarlo a webchicasombra@gmail.com, con un máximo de 3000 palabras. El género es libre. Los seleccionados serán publicados aquí en la web. Más tarde, se elegirán los mejores de estos y se formará una antología, la tercera de Chica Sombra.

Hoy os dejamos con `La muerte del poeta´, de Aureliano Rocamora.



Parte del día de travesía 3008181819121948

Técnico cualificado, número de serie 6984000

Las ráfagas del viento solar sacuden entre aullidos el casco de la nave como si lloraran. Hoy ha muerto un poeta durante la sesión con la mima. Era una de las mejores plumas del siglo que había logrado cultivar su talento hasta alcanzar la inmortalidad. Un hombre anciano que, al contrario de otros muchos, jamás buscó que se le conociera o se le reconociera por sus versos y al que la fama sorprendió sin quererlo. Uno de esos poetas cuyo nombre fue escrito en el agua.
Aquel hombre nos pidió si podíamos hacerle recordar el momento más feliz de su vida antes de, según sus propias palabras, «ser deportado al otoño de Hades». El instante en el que le confesó al amor de su vida lo que sentía. A nosotros nos sorprendió aquella petición, puesto que no teníamos por costumbre programar ese tipo de sesiones debido a que exigían una gran cantidad de esfuerzo y energía tanto por parte de la mima como de la persona interesada. Ésto podía resultar peligroso, y solo se llevaba a cabo en casos excepcionales; aquel era uno de ellos.

Tras tomar todas las medidas de precaución necesarias, la mima fue programada y el poeta acomodado en el suelo acolchado de la gran sala de los recuerdos para empezar con el proceso de «recuperación y experimentación», su nombre técnico.
Al cabo de unos instantes en los que la mima pareció resistirse por el esfuerzo al que era sometida, comenzaron a reflejarse en la bóveda de la habitación unas imágenes que se iban aclarando a medida que la mima procesaba toda la información.
Dos adolescentes que se encontraban en lo que parecía una biblioteca anterior a la época pregoldrónica, temblando en medio de una ternura desmedida, supongo que porque hay acentos en la mirada que ningún lenguaje es capaz de transcribir, pero, en ese caso, no era así. El chico sacaba un papel mal doblado y leía de forma entrecortada lo que parecían ser unos versos que hablaban sobre imágenes de un otoño remoto, mientras la chica lo escuchaba emocionada conteniéndose para no llorar. 

En astronávica, la Vía Láctea abarca un espacio aproximado de ochocientos mil galactavos. Era una de las cosas que nos enseñaban durante la formación, y no sé porqué la recordé en aquel instante. Supongo que aquella mirada me pareció tan grande e intensa como nuestra propia galaxia mientras el joven susurraba. El eco en el interior de la mima nos permitía escuchar aquellos versos como si nos los estuvieran recitando a nosotros mismos:

Caminas sobre la cuerda floja
Pero sé que eres lo bastante fuerte
Mi salvador o un pérfido tentador
El pálpito al que confío mi suerte
Sueña un poco conmigo
Mientras me pierdo en tu mirada
Porque, querido, no seas cruel
Sabes que te llevo bajo mi piel.

¿Por qué pesan tanto los instantes
cuando arden en ti los otoños?
¿Por qué floreces, rosa escocesa,
en el abismo que hay entre nosotros?
Más allá del mar, en algún lugar
En cada beso, en cada sueño
En cada perfume y cada recuerdo
Porque, querida, no seas cruel
Sabes que te llevo bajo mi piel.

Y allí, en mi soledad, escucho
El susurrante caer de la lluvia
Donde las lágrimas no enturbian tus ojos
Y los besos despiertan tu sonrisa
Tan pronto ardes como languideces
Majestuosa rosa escocesa
Así que, querida, no seas cruel
Sabes que te llevo bajo mi piel.

En algún lugar, más allá del mar
Donde florece una rosa escocesa
Puedes conmigo un poco soñar
Y aunque nunca puedas ganar 
en esta primavera oscura
No me importa lo que ocurra
Solo te pido que no seas cruel
Sabes que te llevo bajo mi piel.

Al terminar se miraban y, tras unas breves palabras, la chica asentía y se besaban. Era como si quisieran coger el cielo con sus manos sin temer caer y estrellarse, porque sentían ese vértigo inefable que solo perciben aquellos que caminan más allá de sí mismos, aquellos que son demasiado débiles para tal dicha.
En aquel momento, el fonoglobo principal de la mima comenzó a utilizar el sistema de sondeo logoestilístico emitiendo una estridente señal de alarma que se producía, según el manual, al no poder procesar empáticamente el recuerdo debido a su intensidad o fuerza provocando su reinicio. 

Dicho recuerdo fue el momento en que la belleza de un poema nos eleva fuera de nosotros mismos, en el que sentimos tal torbellino emocional que no podemos explicar la oscura silueta de nuestras emociones. Algo parecido le ocurrió al anciano poeta, cuyo cuerpo sufrió algo similar, de forma que su corazón colapsó y sencillamente dejó de latir; como si, al abrir la puerta de la eternidad, mirando el atardecer, estallase en un llanto de sublime abstracción. 
Había en la firmeza de la mirada de aquel hombre agonizante una expresión mucho más profunda que la de cualquier grito. No sentía ya el frío intenso de la soledad, porque aquella pálida luz lo calentaba y supo, en aquel instante, que el infierno del presente ya no era su reino. 

Antes del momento postrero, como si una imperceptible brisa me soplase en la nuca, alcanzó a susurrarme su último poema con una sonrisa de plenitud y agradecimiento. Algo así como:

«Recuerdo aquel tiempo pretérito, cuyas leyes están muertas y cuyos prados quemó el tiempo partiendo en un pequeño navío hacia incierto destino».

Aviso al departamento médico y jurídico de a bordo.

Informe de novedades en el cambio de turno al turno siguiente.

Fin del servicio.


Chica Sombra

2 comentarios:

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