Hoy tenemos un nuevo relato para la III Convocatoria de Cuéntame un cuento, sección en la que vosotros sois los protagonistas.
Si tienes un relato y quieres que te lo publiquemos, no dudes en mandarlo a webchicasombra@gmail.com, con un máximo de 3000 palabras. El género es libre. Los seleccionados serán publicados aquí en la web. Más tarde, se elegirán los mejores de estos y se formará una antología, la tercera de Chica Sombra.
Hoy os dejamos con `El don de Mora´, de Fernando Sánchez Criado.
Mora tenía un don: prever la muerte de las personas con días de antelación.
Cuando alguno de los habitantes del pueblo por el que vagabundeaba iba a fallecer, ella se hacía un ovillo en la puerta de su casa hasta que ocurría la desgracia. Posteriormente, asistía a su entierro, acompañando, como uno más, a los dolientes de la persona difunta.
La premonición de Mora sobre los hechos luctuosos llegaba a tal extremo que, cuando, procedente de otro lugar, trasladaban a algún fallecido al pueblo, ella esperaba al coche fúnebre a las afueras. Luego iba hasta el domicilio donde se hacía el velatorio y finalmente acompañaba a la comitiva hasta el cementerio, donde esperaba pacientemente a que el difunto fuera enterrado. Dicen que, incluso, cuando alguien que había vivido durante muchos años en el pueblo fallecía en otra localidad, Mora se colocaba varias horas antes en la entrada del casco urbano, haciendo saber al resto de habitantes que esta persona había muerto.
Nadie sabe exactamente cómo esta perra mestiza, de color negro azabache, llegó a un lugar tan recóndito. Según cuentan parte de los lugareños, fueron unos feriantes los que la abandonaron en la puerta de la iglesia. Otros refieren que Mora fue desvalida en un bar de la carretera, aunque la gran mayoría de los aldeanos afirman que la vieron por primera vez debajo de un olivo, junto al cadáver de un vagabundo que, perfectamente, pudiera haber sido su dueño.
Tampoco se conoce con certeza quién le puso el nombre. Se rumoreó durante mucho tiempo que fue Candelaria, la panadera, quien dicen encontró al pobre animal devorando en el suelo varios ejemplares de la fruta que acabaría por darle su propio nombre.
Mora recorría las calles del pueblo bajo la mirada expectante de sus habitantes. Algunos, bastantes, la rechazaban por considerarla "aliada de la Muerte". Una minoría dudaba de la capacidad adivinatoria del animal, asegurando que lo que poseía en realidad era una gran inteligencia. Los aldeanos más escépticos, explicaban el don de Mora afirmando que lo que verdaderamente atraía a la perra eran las manifestaciones en las que participaba mucha gente, pues en ellas obtenía gran cantidad de comida y alguna que otra muestra de afecto por los niños y niñas que asistían a los eventos... Sin embargo, existía una realidad aplastante que desmontaba toda esa teoría, y es que Mora jamás asistió a boda, bautizo, comunión o cualquier acto colectivo que con estas mismas características se realizara en el pueblo.
La cuestión era que, independientemente del concepto que tuvieran sobre ella, Mora no importaba a ninguno de los coetáneos de aquel lugar... a ninguno salvo a Hugo, el pequeño de ocho años, hijo del tabernero, al que despiadadamente apodaban "el cojo" debido a una extraña enfermedad que el chiquillo arrastraba desde su más tierna infancia y que afectaba al control de los movimientos de los músculos de sus piernas.
Un día, harto de ver cómo ignoraban a Mora y consciente de que los signos de deshidratación y desnutrición que presentaba eran ya más que evidentes, Hugo se armó de valor y decidió aliviarla.
—Aléjate de la perra —advirtió un anciano al ver cómo el niño le ponía agua y comida.
—¿Por qué me voy a alejar? —inquirió Hugo con las palabras algo entrecortada—. Mora es una perra muy buena y cariñosa.
—Sí, pero adivina la muerte. Aléjate de ella, no vaya a ser que...
—Ella no tiene la culpa de eso —interrumpió el pequeño.
—¡A las personas mayores no se les contesta, niño! —increpó otro anciano.
—Tan solo trato de ayudarla, ¿No veis lo flaca que está? —dijo Hugo señalando las prominentes costillas del cánido.
—De los viejos, los consejos. ¡Haz caso y aléjate de ese chucho que está maldito! —volvió a insistir, algo irritado, el primero de los ancianos.
Optando ahora por el silencio como réplica y haciendo caso omiso de lo que acababan de advertirle, el pequeño continuó dando sustento e hidratación a Mora. La mirada que la perra dedicó a Hugo tras recibirla, expresó todo el agradecimiento del mundo. Esa mirada estremeció, aún más si cabe, al pequeño, que tomó una decisión improvisada.
—¿Sabes qué, Mora? ¡Te vienes conmigo! Se acabó que te traten mal —dijo esto bien alto, asegurándose de que tanto los abuelos de quienes acababa de recibir la reprimenda, como toda persona que estaba en los alrededores de la plaza, pudieran escucharlo claramente.
Hugo desabrochó una pequeña cuerda que usaba para sujetar sus pantalones cortos y se la puso a Mora a modo de collar y correa.
—A partir de hoy, serás mi hermana —exclamó también en voz alta.
El niño dio un fuerte abrazo a Mora y la acarició con entusiasmo. Ella le respondió con un lametón en la cara. Sin dejar de mover su rabo, acompañó al pequeño a su casa. Hugo marchó con la firme intención de convencer a sus padres para que adoptaran a la perra. Tal fue su convicción a la hora de explicarles la necesidad de que adoptaran a Mora, que los padres del crío no pudieron negárselo, pese al temor de que las malas lenguas hicieran que las ventas de la taberna disminuyeran por ser los dueños de una perra con semejante don. Afortunadamente, eso no pasó, y la taberna continuó próspera. Lo único que no prosperó en la familia del tabernero fue la salud de Hugo que, con los años, fue mermando cada vez más y más.
Una noche, después de la dura jornada de trabajo, el tabernero se acercó al dormitorio de su hijo Hugo, que ya tenía 15 años. Postrado en la cama desde hacía tiempo por su larga enfermedad, parecía descansar como de costumbre a esas horas de la noche. Nada hubiera alertado al tabernero de no ser por el modo en que encontró a Mora a los pies de la cama del ahora adolescente Hugo. La postura en la que permanecía la perra presagiaba el peor de los augurios... Mora estaba hecha un ovillo justo al lado de su "hermano", aunque, a diferencia de las otras ocasiones en las que evidenciaba su don, ahora, además, lloraba desconsoladamente.
Pasados tres días, Hugo murió, no porque Mora atrajese a la muerte, ni supercherías por el estilo, sino porque siempre padeció de Ataxia de Friedreich; una enfermedad que, entre otras muchas cosas, destrozó su médula espinal.
Las represalias no tardaron en llegar. La inmensa mayoría de los habitantes del pueblo estaban convencidos de que Hugo murió por culpa de Mora y, una vez terminado el luto por el joven, decidieron acabar de una vez por todas con la que consideraban un signo irrefutable de mala suerte.
El padre de Hugo acababa de cerrar la taberna. Le había extrañado el poco trajín que tuvo a últimas horas de la noche, pero lo achacó al mal tiempo. Cierto es que lo que más le extrañó fue que ni siquiera Frasco, el quiosquero, que jamás había perdonado el último trago del día, tampoco apareció aquella noche por la taberna.
Los quejidos lastimeros que Mora comenzó a dar tras el primer golpe recibido, hicieron reaccionar de inmediato al padre de Hugo que, sin pensarlo dos veces, salió corriendo en su auxilio.
—¡¡¡No me la matéis!!! —gritó desconsolado al comprobar que Mora estaba rodeada de varios hombres que la apaleaban salvajemente.
Al escuchar los gritos, cesaron los golpes.
—¡No me dejéis también sin Mora! ¡Os lo ruego! Es lo único que me queda de mi Hugo.
Los vecinos identificaron rápidamente quién era el hombre que, arrodillado bajo la lluvia, suplicaba piedad por aquella perra.
No hicieron falta más palabras.
Todos y cada uno de los maltratadores se marcharon en silencio, tan rápido como habían llegado al descampado.
El tabernero trasladó a Mora, ya inconsciente por los golpes encajados, en sus propios brazos. Una vez en su casa, refrescó su cuerpo y la abrazó como nunca. Como por arte de magia y pese al inmenso dolor, Mora dio sus primeros signos de vida abriendo uno de sus ojos y bebiendo algo de agua... Después de cruzar sus miradas, la perra pareció sonreír.
Un relato espectacular. Los pelos de punta. Mi mas sincera enhorabuena al autor
ResponderEliminarMuchas gracias por su tiempo y opinión, de todo corazón. Si le ha conmovido el relato, me conmueve usted a mí.
EliminarMe encanta!!🥰
ResponderEliminar¡Me encanta que le encante! ¡Muchísimas gracias por su tiempo y opinión!
EliminarMuy bueno. Sencillo, bien narrado, te atrapa desde la primera línea... Enhorabuena!
ResponderEliminar¡Ainsssssssssssss! Comentarios como el suyo me animan a seguir aprendiendo y escribiendo. Muchísimas gracias por su tiempo y opinión.
EliminarFelicidades.Un buen relato.No dejes de sorprendernos . Pilar.
ResponderEliminarGracias Pilar por tu apoyo . No imaginas lo que me alegra de que te sigas sorprendiendo con mis relatos. 💚
EliminarMuy chulo Fernando. Enhorabuena por el relato. Es una historia preciosa y muy conmovedora. Te felicito de corazón.
ResponderEliminarDe corazón te doy las gracias por tu tiempo. Gracias tb por tus bellas palabras para con el relato. Abrazos
EliminarMuy emotivo y buen narrado. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarMe alegro enormemente que disfrutara el relato. Puse mucho amor al escribirlo. Gracias a miles por leerlo y comentarlo.
EliminarMe alegro enormemente que disfrutara el relato. Puse mucho amor al escribirlo. Gracias a miles por leerlo y comentarlo.
ResponderEliminarMe ha encantado ❤️❤️❤️❤️
ResponderEliminarMe encanta que le encante. Mil gracias por su tiempo y comentario. Hace que siga deseando escribir. Abrazos 🫂
EliminarEnhorabuena Fernando!
ResponderEliminarEs un relato muy especial,no puedes por más que emocionarte e intrigarte al leerlo.
Gracias por no dejar en saco roto la historia de Mora.
Muchísimas gracias, de todo corazón, Ana María. Tú has logrado emocionarme a mí con tu comentario. No imaginas lo feliz que me hace despertar sentimientos en quienes tienen la generosidad de emplear su tiempo en leer lo que escribo. Abrazos 🫂
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