Cuéntame un cuento III: `Luciérnagas de neón, pasillos de criptas´ por Jorge Zarco

Hoy tenemos un nuevo relato para la III Convocatoria de Cuéntame un cuento, sección en la que vosotros sois los protagonistas.

Si tienes un relato y quieres que te lo publiquemos, no dudes en mandarlo a webchicasombra@gmail.com, con un máximo de 3000 palabras. El género es libre. Los seleccionados serán publicados aquí en la web. Más tarde, se elegirán los mejores de estos y se formará una antología, la tercera de Chica Sombra.

Hoy os dejamos con `Luciérnagas de neón, pasillos de criptas´, de Jorge Zarco.




A Poppy Z Brite / Billy Martin

Destellos de neones entre la tiniebla. Son como una nube de luciérnagas que resplandecen a lo largo de toda mi ciudad de adopción; la perversa Nueva Orleans. A estas horas, todo es cristalino para mí, porque yo siempre quise ser así, como soy ahora. Una fantasía añorada desde mis primeros años en aquella ya lejana Venecia, húmeda y resplandeciente, donde mí juventud ya perdida nunca va a regresar.  

Siento a la multitud como un riego de sangre circular en manantial, todo se mueve a gran velocidad a lo largo de avenidas y aceras atestadas; mejor dicho, yo me muevo como una centella a la luz y en la oscuridad, esperando que un sujeto se ponga a tiro y una proposición poderle lanzar… una que la mayoría de ustedes evitaría como la peste negra en plena era del Barroco. Una época que conozco muy bien, pues la viví en mis años jóvenes, con Venecia y sus canales cruzados por puentes y surcados por góndolas. Sus carnavales con sus máscaras, sus Colombinas y Polichinelas… pero hace ya mucho que abandoné Venecia y mi adolescencia ya perdida, aunque aparente todavía ser joven por mi saludable aspecto.

Los neones resplandecen como insectos de ámbar llenos de sustancias lisérgicas de silicio conectados a un chute de voltios en descontrol por baterías sobrecargadas, como drogas duras inhaladas cual cocaína cristalizada. Sigo caminando a gran velocidad, casi corriendo entre una multitud nocturna sin reparos ni censuras, dispuesto a cualquier sugerencia de un extraño en medio de esta calurosa oscuridad con vistas al cementerio local, con sus nichos y criptas alineadas como piezas de ajedrez. Me recuerdan a los canales de Venecia que surcaba de niño en aquel siglo XVIII de luces y oscuridad. Ha pasado mucho tiempo, pero detesto la nostalgia.

Hace ya algunos años, demasiados, que dejé de deleitarme con las luces del amanecer, y no lo echo de menos. Haciendo de tripas corazón, aborrezco añorar el pasado, y mi vida anterior, a la luz del día, no era precisamente un torbellino de emociones como es ahora. Cada noche es una nueva experiencia, una cara, un sujeto nuevo por conocer, ya sea hombre o mujer, y una vida más que llevarme por delante… No soy un santo ni un mártir, tampoco un demonio, solo un ser que sobrevive tras cada caída del sol. Recuerdo mi existencia en los suburbios venecianos, en aquellas zonas de la ciudad que muy pocos se atrevían a recorrer y en las que crecí, donde las bandas se mataban sin motivo alguno, quizá por la rivalidad del territorio, como hacen los animales que cazan en manada; yo, en cambio, tenía una razón más poderosa: sobrevivir.

Pero ya sobreviví a la peste hace tantos años... en 1786, en la Venecia del siglo XVIII, con sus calles atestadas de cadáveres saqueados por los desesperados que robaban las pertenencias de las carcasas para poder revenderlas, y así conseguir comida no corroída por los incisivos de las ratas infectadas, principales transmisoras de la plaga. Solo tenía veinte años cuando me encargaron cargar con un grupo de cuerpos hacinados en una góndola usada a modo de barcaza hasta una caseta aislada en medio de una laguna. Allí era donde solían ir a parar los cadáveres de los apestados. Aislar a los muertos para que no arrastrasen a los vivos al otro mundo. Pude haberme negado, pero un hijo de la miseria no tiene demasiadas alternativas a cambio de un puñado de monedas que sacien su hambre. La caseta desprendía un hedor que apestaba a distancia. Y, a pesar de tapar mi rostro con un paño húmedo que filtrase el aire pestilente, la posibilidad de contagiarme era demasiado alta. No recuerdo haber pasado más miedo en toda mi existencia, pues temía agonizar y morir allí, y, aun así, remaba una góndola llena de cadáveres. Conduciéndola por la oscura agua de los canales con lentos movimientos, como Caronte llevando a los condenados al infierno.

Allí, dentro de la caseta, encontré el cuerpo momificado de una mujer con un ladrillo desencajándole la mandíbula y una estaca atravesando su esternón. Anochecía, e incauto y joven como era, arranqué ladrillo y estaca pensando que un buen cristiano no debía yacer de aquella forma. La noche se hizo, y la mujer abrió los ojos mientras su agarrotado cuerpo volvía a recomponerse… 

Desde esa noche estoy aquí, sin pudor en vivir intensamente la caída del sol y levantándome cada vez que oscurece. Aprovechando al máximo mi tiempo y recorriendo las calles de ciudades de todo el mundo conocido. Hablando múltiples lenguas y dialectos, y ahora cayendo con mis huesos y mi carne en Nueva Orleans; gozando de su vida bohemia y deleitándome con los pecados del barrio francés, con sus licores y su música nocturna.                                                                       

Un desconocido me sonríe con una dentadura falsa de dientes corroídos por la dejadez, pese a ser de porcelana; quizá los viejos debieron caerse por sí solos,  producto de encías rotas por peleas, palizas o malas movidas. Me pregunta si quiero beber algo; acepto. Y, antes de lo que se pensaba, nos escabullimos entre las criptas alineadas en el camposanto, con sus lápidas y sus ángeles de piedra rezando sus plegarias o suplicando. Parecen estar vivos, aunque el halo del alma nunca habitó en ellos.

–¿Tienes nombre? ¿De dónde vienes, eres acaso italiano? Lo digo por el acento. Me recuerdas a Joe D´Allessandro, el tío que salía en las pelis de Andy Warhol con Udo Kier.

Son las preguntas de siempre, qué importa la verdad, oigo su sangre burbujeando en sus arterias… alimento asegurado. Inicié el juego de la seducción y hundí mis colmillos de rata en su cuello de atleta a tiempo completo,  bebiéndomelo sin parar como un perro salvaje y hambriento hasta vaciarlo sin reparos. Ha sido una noche completa, pues a las calles con sus neones he regresado de inmediato y, tras mezclarme con la muchedumbre en esta luna menguante y calurosa, vuelvo a la diversión sin prejuicios de poder beberme la sangre de los incautos que en su ingenuidad se creen siempre a salvo.

Paseo por las cercanías de la carretera en las afueras, e imagino a Peter Fonda y Dennis Hopper en sus Harley Davidson, recorriendo el asfalto en compañía de Jack Nicholson, y esperando llevarme hacia algún lugar de 1968 durante la proyección de “Easy Ryder” con las canciones de “Credence Rewater Revival”; pero no es una ensoñación realista. Ahora es agosto de 2027 y los sueños de la Era de Acuario y las distopías futuristas imaginadas por cineastas y escritores de antaño han sido sustituidas por una realidad mediocre, deprimente y dolorosamente racional, a pesar de que yo no soy un tipo nada corriente, desde 1786 por lo menos. Desde la peste negra que asoló Venecia y sembró sus calles de cadáveres. Aquella caseta de la laguna y un beso muy especial que me transformó en un habitante eterno de la noche. Tras mi privada orgía nocturna, recorro los locales del barrio francés, quizá en busca de otro amor ocasional.  

Veo a Poppy Z Brite, escritora transgénero reconvertida en Billy Martín, en una acristalada terraza para sibaritas en compañía de un colega ocasional, tomando lo que parece un exótico licor de procedencia francesa. Hace años que leí su novela “Lost Souls”. No hay mejor fanfic posible de aquella “The Lost Boys” con los dos Coreys, Haim y Feldman, que no nacieron para envejecer. Ya la saludaré un día de estos, o mejor una noche, para ser más exactos. Ustedes ya me entienden.


Chica Sombra

4 comentarios:

  1. Gracias de corazón por públicarme, inspiración, salud y suerte.

    ResponderEliminar
  2. ¡Buen relato, pardiez!

    ResponderEliminar
  3. Muy buena historia. La he tenido esperando hasta encontrar un ratito de concentración y la espera ha merecido la pena.
    Besotes!!!

    ResponderEliminar

Susúrranos entre sombras lo que te ha parecido la entrada...