De vuelta a Hogwarts, aunque, esta vez, se siente diferente.

Y es que las declaraciones de J.K. Rowling en contra de la comunidad trans hace que ya no coja el expreso escarlata con tantas ganas.

A pesar de eso, esta novela fue un regalo, así que era de obligada lectura.

Escrita como una obra teatral, Harry Potter cede, en parte, la batuta a su hijo Albus Severus y a Scorpius Malfoy, que con ese apellido ya podéis adivinar quién es su padre.

La historia es entretenida. La narración, al ser una obra de teatro, es muy diferente a los otros libros de la saga, pero como ya había leído a Shakespeare, no me resultó extraña.

Me ha encantado el personaje de Scorpius. Ese chico es un amor. Debo reconocer que, para mí, ha sido lo mejor de la novela. También es curioso reencontrarte con viejos conocidos y ver cómo han evolucionado, sobre todo a lo que concierne a la familia Malfoy, lo que ha sido una grata sorpresa.

La trama es entretenida. La verdad es que me ha gustado mucho la parte de los viajes en el tiempo (sobre todo la variante en la que Voldemort gana) y el ver cómo la paternidad también es complicada en el mundo mágico. Lo que me ha parecido más flojo ha sido el villano y sus motivaciones. Sin hacer spoilers: si bien entiendo el por qué, creo que es algo muy trillado, y no solo eso, si no que la resolución final es algo simple.

Aún así, Harry Potter y el legado maldito es una buena lectura. Siempre es un gusto volver a recorrer los pasillos de Hogwarts y conocer el futuro de unos personajes a los cuales aún les tienes cariño después de todos estos años. Como a Snape y su Siempre.

Una vez te sumerges en la magia de Harry Potter, ya no puedes escapar de ella.