Cuéntame un cuento III: `Todo corazón´, por Tony Jiménez

RELATO ESPECIAL SAN VALENTÍN


 El frío era tan intenso que sentía cómo le atravesaba la piel, buscando acariciarle directamente los huesos, como si los tuviera al descubierto. Pese a que el abrigo negro que le cubría el cuerpo era bastante grueso, Jimmy Morrigan se vio obligado a frotarse los brazos antes de cruzar al otro lado de la calle, después de mirar a un lado y a otro para evitar ser atropellado. A esas altas horas de la noche no había mucha gente por la ciudad, pero toda precaución era poca.

Distraído como estaba en sus pensamientos, a punto estuvo de tropezar con el borde de la acera. Recuperó el equilibrio casi al instante y, cuando ya no corría peligro de caer, suspiró con descaro, claramente aliviado por haber eludido un buen golpe. Sin embargo, no le hubiera importado tanto darse de bruces contra el suelo de no ser por lo que llevaba en las manos.

En la derecha, un enorme ramo de flores con una docena exacta de rosas rojas; y en la izquierda, una elegante caja de bombones de las más caras, de un rojo brillante con luminosos adornos plateados que brillaban con la luz de las farolas. Ambos regalos tenían un destino: Elizabeth Jameson. 

La guapa Elizabeth Jameson. La simpática Elizabeth Jameson. La callada Elizabeth Jameson. La tímida Elizabeth Jameson. La misteriosa Elizabeth Jameson. La inaccesible Elizabeth Jameson. Hasta hacía un mes cuando, tras siete meses intentando que se fijase en él, al fin se había dignado a aceptar una cita. 

Al principio, Jimmy creyó que era algún tipo de broma debido a lo pesado que se había llegado a poner. Le pidió el número de teléfono varias veces, tanto el de su casa como el del móvil; la saludaba cada vez que la veía, con la mano cuando se encontraba lejos, y mediante un alegre «hola» cuando la distancia era mucho menor; se había ofrecido a acompañarla hasta su casa en repetidas ocasiones, puesto que ella no vivía, como otros muchos estudiantes, en el campus universitario; incluso le envió correos electrónicos suficientes como para ser tildado de acosador. Pero, cuanto más insistía, más le parecía a Jimmy que aumentaba el interés de Elizabeth hacia él.

Eso no era normal con las chicas que hasta el momento había conocido. Normalmente, si no les hacía ningún caso, solían interesarse por él automáticamente, como si fuese algún tipo de reto que se ponían ellas mismas. Con Elizabeth Jameson era muy diferente, sobre todo porque era la primera con la que Jimmy creyó que merecía la pena llegar hasta tales extremos de persistencia.

Conocía bien la fama de Elizabeth. Todo era bueno en ella, salvo el detalle de que, normalmente, no parecían preocuparle demasiado los chicos, y los que la pretendían no eran pocos. Era muy guapa, con un pelo rubio tan largo que le llegaba hasta la parte baja de la espalda, una figura atlética muy atractiva y un rostro de ensueño adornado con dos grandes ojos verdes que resplandecían. Era habitual verla abordada por tipos desagradables que lo único que deseaban era llevársela a la cama una sola noche.

Por fortuna, la chica era lo bastante inteligente como para no caer en las redes de ningún cerdo de dos patas. Jimmy la había visto rechazarlos a todos una, y otra, y otra vez, como si fuera una tenista profesional devolviendo pelotas sin apenas sudar. Y cuanto más observaba a Elizabeth, más la conocía, y cuanto más la conocía, más deseaba salir con ella. E insistía, y ella no accedía, pero Jimmy comprobaba que cada vez le costaba más, como si deseara decir que sí. Y, finalmente, terminó pasando.

Jimmy Morrigan se enamoró.

Así que decidió gastar su mejor munición. Si no salía con él, al menos para tomar algo, la dejaría en paz de una vez por todas, pues no quería incomodarla más. Para su asombro, Elizabeth aceptó, tuvieron tres citas en un mes y, casi al final de la primera, ya sabía que deseaba pasar el resto de su vida con la joven, no por uno, ni por dos motivos, sino por un millón.

En la última cita, y teniendo en  mente que pronto sería el día de San Valentín, Jimmy le disparó la bala que llevaba en la recámara, declarándole su amor, dispuesto al mismo tiempo a que la chica saliera corriendo en cualquier momento. Sin embargo, eso no pasó, sino todo lo contrario; con una amplia sonrisa, Elizabeth le plantó un gran beso que le dejó sin respiración, para después invitarlo a una noche romántica en su casa. Estaría sola, sin sus padres, así que podrían pasar una agradable velada los dos juntos.

Y allí estaba Jimmy Morrigan, universitario, bien vestido y preparado para la ocasión, con rosas, bombones y, sorprendentemente, sin nervios que le jugasen una mala pasada. Se encontraba tan tranquilo que volvió a sentir que Elizabeth Jameson era su chica, ¿por qué iba a sentirse así, si no? Tan cómodo, calmado y seguro de sí mismo.

Solo le dio tiempo de subir un par de los escalones que conducían a la puerta de la casa de dos pisos idéntica a todas las demás del barrio, antes de que la puerta se abriera y por ella apareciera Elizabeth, que llevaba un espectacular vestido de noche de color negro que resaltaba su atractivo cuerpo. 

—¡Al fin llegas! —La chica corrió hasta Jimmy, le abrazó con fuerza y le besó los labios de igual forma. A continuación, descubrió las flores y los bombones—. ¿Esto es para mí?

—A no ser que tengas ahí dentro a otra chica igual de guapa, sí —bromeó Jimmy.

Elizabeth se limitó a sonreír ampliamente, coger los regalos y oler las flores.

—Son preciosas. —Levantó la caja roja—. ¿Te apetece que sea el postre?

—Por mí encantado.

—¿No te apetecería algo más? —Elizabeth se mordió el labio inferior con picardía. Jimmy notó como se le aceleraba el pulso y le ardían las mejillas—. ¡Vamos dentro! Hace frío, y hay que aprovechar la noche.

El chico no se lo pensó dos veces. Entró en la casa, no sin antes cederle el paso a Elizabeth, que lo agradeció con un gracioso gesto de cabeza. Cerró la puerta tras Jimmy y, señalando hacia delante, le ofreció pasar al salón. La estancia era cálida y confortable, lo suficiente como para que Jimmy se quitase el abrigo, que la joven, rauda, cogió y trasladó a un perchero cercano.

—¿Puedes esperar aquí un momento? —preguntó Elizabeth—. Tengo que ir a preparar un par de cosas.

—Por supuesto.

Antes de salir del salón, la chica le dio un suave beso en los labios. Jimmy se sintió más ligero que nunca. Agachó la vista para comprobar que no estaba volando, que sus pies permanecían en el suelo y no flotando a varios centímetros del mismo. Era todo tan bueno para ser verdad, que apenas si podía creerlo, pero estaba ocurriendo: Elizabeth Jameson no solo no lo había invitado a su casa, sino que parecía tan enamorada como él mismo. 

No cabía duda de que iba a ser el mejor San Valentín de toda su vida.

Mientras aguardaba el regreso de la joven, dio un paseo por el salón, muy similar a cualquier otro de cualquier otra vivienda. Le llamó la atención un mueble en el que se topó con numerosas fotografías de Elizabeth, unos años más joven, junto a un chico que, dado que la abrazaba de manera muy cariñosa, debía ser un antiguo novio. A Jimmy le extrañó no hallar fotos de la familia de la chica, pero no le pudo dar más importancia; antes de darse cuenta, Elizabeth ya había regresado.

—¿Es tu novio? —quiso saber Jimmy, señalando las instantáneas.

—Lo era. Hace mucho tiempo. —La joven agarró el rostro de Jimmy para que le prestase toda su atención—. No suelo quedar con chicos desde hace mucho. Todos buscan lo mismo, y yo solo quiero amar a alguien y ser correspondida. ¿Me amas de verdad, Jim?

—Te amo, Elizabeth.

Se besaron con pasión. El chico notó que se detenía el tiempo, pero, antes de poder disfrutar de ello, Elizabeth se separó de él con una sonrisa en los labios.

—Llevo esperando oír eso un año entero. —Se dirigió hacia el otro lado del salón, que daba a uno de los pasillos de la casa—. ¿Me ayudas a subir una cosa del sótano? 

—Claro, pero no nos conocemos desde hace un año —afirmó el chico, claramente confundido. Siguió a Elizabeth, quien le abrió la puerta hacia los bajos de la casa, donde la oscuridad predominaba—. ¿Hay alguna luz por aquí?

La joven se situó tras él, apretó el interruptor y, en cuanto las tinieblas desaparecieron, le dio un fuerte empujón. Jimmy Morrigan ni siquiera tuvo tiempo de gritar; cayó por los duros escalones de madera, que le partieron y rompieron huesos hasta que llegó al suelo de cemento del sótano, del que no se pudo levantar.

—Lo siento mucho, Jim, pero tengo que hacer esto, hoy es el día indicado —explicó Elizabeth mientras bajaba hasta él. Agarró un enorme cuchillo dentado de una mesa de trabajo cercana, y se aproximó al joven—. Llevo tres años probando suerte, pero ninguno de los anteriores me amaba de verdad. Solo funciona con un corazón enamorado, y espero que me hayas dicho la verdad. Te quiero mucho, Jimmy.

El chico, con la mandíbula rota por tres sitios, no pudo responder. Aunque lo hubiese logrado, no le hubiera dado tiempo, pues Elizabeth le clavó el cuchillo en el estómago y fue subiendo con fuerza hasta la garganta. No fue fácil, pero al final logró abrir lo suficiente el cuerpo de Jimmy como para alcanzar su caja torácica. 

Gracias a las herramientas necesarias, y haciendo caso omiso a la sangre que la carnicería que estaba realizando escupía sobre sus manos, la chica logró llegar hasta el corazón, no sin esfuerzo. Lo sacó con cuidado y lo llevó a toda velocidad hasta la habitación anexa del sótano, donde la esperaba en una camilla metálica el cadáver descompuesto y gris del chico de las fotografías.

Rápidamente, metió el musculoso órgano en su lugar correspondiente, murmuró las antiguas palabras arcanas necesarias y esperó, al mismo tiempo que deseaba con todas sus fuerzas que Jimmy la hubiese amado tanto como había dicho. Al comprobar que el cuerpo putrefacto comenzaba a convulsionarse, lloró de alegría.

—¿Calvin? —Elizabeth lo abrazó cuando el recién resucitado asintió con su cabeza—. ¡Calvin! Te he echado tanto de menos. No sabes todo lo que he hecho por ti, Calvin. Llevo esperando tanto este momento…

Antes de que el chico pudiera responder con su garganta seca y lo poco que tenía de lengua mientras se regeneraba, Elizabeth se agachó. Cuando volvió a incorporarse, llevaba un bate de béisbol entre las manos, y miraba con los ojos inyectados en sangre a su antiguo amor.

—Llevo esperando mucho tiempo para hacerte pagar que me engañaras.

Calvin masculló un gemido. Elizabeth descargó su arma una, y otra, y otra vez contra su cráneo, hasta convertirlo en un trozo de carne irreconocible.

—Feliz día de San Valentín, cariño.


Chica Sombra

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