«Creo que lo que más nos gusta de que los niños le peguen a la piñata es ver cómo se transforman en pequeños monstruos, cómo disfrutan rompiendo algo en pedazos. Se mueren de risa, pero también rebosan de violencia. La piñata es algo catártico para ellos».

 Carmen Sánchez está de regreso en su país de origen, México, supervisando la renovación de un antiguo monasterio colonial que se convertirá en un hotel boutique. Sus hijas adolescentes, Izel y Luna, son aún muy jóvenes para quedarse solas en Nueva York, así que acompañan a Carmen, que ve una oportunidad en este viaje para que las chicas conecten con sus raíces. Iba a ser el verano perfecto. Sin embargo, las cosas no salen como Carmen esperaba: en la obra tiene problemas para mantener su autoridad, y una serie de hechos inquietantes le hacen sentir que sus hijas están en peligro constante. Entonces, ocurre un accidente en la construcción que revela una habitación repleta de extrañas reliquias indígenas.

El desastre le cuesta a Carmen su trabajo y termina apresuradamente el viaje familiar. Pero algo malévolo e inexplicable las sigue de vuelta a casa. Lo que en Tulancingo parecía ser solo producto del estrés ahora acecha a las Sánchez en Nueva York. Una amenaza palpable que anuncia una catástrofe inminente. ¿Será muy tarde para escapar de las fuerzas ancestrales que han sido despertadas?

Una historia escalofriante sobre cómo las siniestras repercusiones de nuestro pasado pueden volver a atormentarnos.

Con la primera línea de la sinopsis ya me ganó, pues leí México y ya me enamoré. Los que me conocen saben el amor incondicional que siento por ese país, por su gente, por su gastronomía, por sus costumbres. Que la trama ocurriese allí (o al menos gran parte de ella) y estuviese tan empapada de su historia fue un punto a favor incluso antes de comenzar una lectura que me ha resultado apasionante.

No os voy a contar de qué va porque ya tenéis arriba la sinopsis, pero sí os diré que desde el principio te invita a seguir leyendo, pues somos testigos de primera mano del cambio de Luna, de cómo pasa de ser una chica alegre, a ser un recipiente para las tzitzimime, que intentan vengar la sangre derramada a través de la niña, sembrando el pánico y la muerte allá donde ella vaya. 

La parte de la trama que ocurre en México la he disfrutado como una niña pequeña por lo comentado al principio, pero es que la que tiene lugar en Nueva York también. ¿Por qué? Porque Carmen es mexicana, y en su casa, en su madre y en todo su mundo vemos sus raíces. Esta doble ambientación me ha parecido una delicia. 

En cuanto a los personajes, me ha pasado algo curioso. No he sido capaz de simpatizar con Luna, a pesar de todo lo que le ocurre a la pobre; sin embargo, los secundarios me han ganado a pulso. El padre Verón y Quauhtli han sido mis favoritos, y me lo han hecho pasar francamente mal, sobre todo este último. 

Una trama llena de leyenda, de ancestros, de historia, de venganza y de denuncia social de los espaldas mojadas y de cómo se juegan la vida por buscar un futuro mejor. Es adictiva, dura, explícita y está muy bien narrada, por lo que resulta una lectura magnífica.