Cuéntame un cuento: `Ocaso´, por Noemí Marmor


Hoy tenemos una nueva entrega de esta sección semanal llamada Cuéntame un cuento, donde publicaremos relatos elegidos de entre todos los que nos lleguen con la idea de, cada año, publicar una antología con los que más gusten. ¿Os animáis? ¡Pues a qué estáis esperando! Enviad vuestros escritos, sean del género que sean, en formato Word (2-5 páginas) a webchicasombra@gmail.com

En esta ocasión el seleccionado ha sido `Ocaso´, de Noemí Marmor. ¡Adelante con él!


Me costó horrores tocar el timbre, quizá porque sería la última vez que lo haría, que vería el dulce rostro de Antonia. La última vez que tocaría su cálido cuerpo, que escucharía su dulce voz ronca… Lo supimos desde el principio, cuando el azar dispuso que nos conociéramos haciendo un trámite.

Los amores prohibidos tienen el tiempo contado.

La culpa, el temor de herir sentimientos, corroe con la misma fuerza que induce la pasión para pecar.
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Antonia cuidaba el departamento de una sobrina en viaje de negocios. Ese fue nuestro punto de encuentro. Acudía a nuestras citas clandestinas mirando sobre el hombro, temiendo ser descubierto por algún indiscreto, el corazón estallándome de miedo y placer anticipado.

Luego, lo inevitable. La sobrina regresaba en breve. Perdíamos el cobijo de esas paredes cómplices.

Es una señal, Benjamín dijo Antonia entre lágrimas—. Debemos terminar con esto aunque me muera por dentro.

Podemos buscar otro lugar, mi vida. El departamento es lo de menos…

No, Benjamín. ¿Qué excusa le daría a mi esposo? Pobre Edgardo… Si supiera lo que he estado haciendo…

También yo me sentía culpable. Dora, mi mujer, estaba enferma. Eso le confería a mi engaño un peso canallesco. Acordamos vernos por última vez, y “retomar nuestras vidas”. Como si tuviera algún sentido para mí la vida sin Antonia.

¿Por qué el destino se había burlado así, cruzándome con la persona perfecta en el momento más equivocado?

Toqué el timbre. Ella abrió y me abrazó llorando, temblando sin control.

Nunca he amado a alguien como a vos. Cuando te vayas, voy a quedar seca, vacía…

Tragué saliva. Me habían criado con la creencia estúpida de que los hombres no lloran, y ahora sabía que era un cuento insostenible.

¡Te amo! ¡No dejemos que esto termine!

Ya lo hablamos, querido. No volvamos sobre lo mismo removiendo la herida. Disfrutemos  de nuestros últimos momentos juntos.

Nos desvestimos torpemente en la habitación. Nos acostamos entrelazados, mirándonos a los ojos en silencio. Así pasamos dos horas: perdidos uno en el otro, acariciando suavemente nuestros cuerpos doloridos de pesar.

Ya es hora me dijo con la voz enronquecida de angustia.

Está bien, mi amor…

Nos levantamos y vestimos con lentitud. Le di un abrazo.

Sos todo para mí. Gracias por haber pasado por mi vida.

Ella se sacudía en un llanto desgarrado. Sopesé la posibilidad de mandar todo al diablo, y buscar un refugio para vivir con Antonia. Las respuestas de siempre volvían a mi mente como una bofetada: mi mujer, postrada en silla de ruedas, noble compañera de toda la vida, no merecía ese maltrato. Mis hijos, que con tanta ternura había criado, se transformarían en jueces implacables. Incluso tendría encima la desaprobación y el desprecio de nietos y bisnietos.

Tomé el bastón apoyado en la silla. Miré el hermoso rostro de Antonia, cuyas arrugas conocían mis dedos de memoria.

Salí abatido hacia un mundo gris.

Es una ironía absurda encontrar el verdadero amor a los noventa y siete años.



Chica Sombra

4 comentarios:

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