Cuéntame un cuento III: Bienvenidos y buena suerte, por Daniel Robles Montiel

Estrenamos hoy la III Convocatoria de Cuéntame un cuento, sección en la que vosotros sois los protagonistas.

Si tienes un relato y quieres que te lo publiquemos, no dudes en mandarlo a webchicasombra@gmail.com, con un máximo de 3000 palabras. El género es libre. Los seleccionados serán publicados aquí en la web. Más tarde, se elegirán los mejores de estos y se formará una antología, la tercera de Chica Sombra.

Hoy os dejamos con `Bienvenidos y buena suerte´, de Daniel Robles Montiel.



Contaré los hechos tal y como los viví. La naturaleza de este caso me ha costado la fe y mi modo de vida. Otros perdieron mucho más. 

Siempre se dice que un mazazo en una comunidad pequeña es más contundente, pero estamos acostumbrados a la contundencia. A lo que no estábamos hechos era a la incomprensión que acompañaba nuestro dolor. Nos sentíamos perdidos ante el desconsuelo de dos familias que se vieron en una situación imposible y de la que nunca se recuperarían. El mundo tampoco lo haría. 

Me llamo Taylor Wilkins, era sargento de la policía de Corners, el pequeño pueblo que fue sacudido por la tragedia que, sin duda, ya conoceréis. En un breve periodo de tiempo, los cimientos de nuestra pequeña y amable comunidad fueron descomponiéndose ante nuestras narices sin nada que pudiéramos hacer. Llegamos tarde, pero nos habría superado incluso de haberlo sabido. 

Supongo que divago por miedo a continuar y verificar que lo que pasó, realmente pasó. Discúlpenme, desde entonces nada es igual. Nadie confía en nadie desde que el progreso se volvió en nuestra contra. 

Yo trabajaba en el turno de mañana, lo que me fastidiaba especialmente debido a las altas temperaturas. No era un buen día, dejémoslo ahí. Sin embargo, que yo no tuviera un buen día no era óbice para que mi pueblo no disfrutara de un merecido periodo de vacaciones. Los niños llenaban las calles y no había un rincón donde reinara el silencio. La vida seguía como siempre, y la labor policial se reducía a patrullar y a multar. Nos gustaba que fuera así. Una buena rutina es el ingrediente principal para una vida coherente. Era la vida que llevaba todo el mundo en Corners.

Esa mañana estaba con Gilbert, mi compañero de patrulla. Gilbert era dado al exceso en todos los aspectos de su vida. Si comía, lo hacía como si el fin del mundo viniera acompañando a las primeras luces del día. También amaba de la misma forma, por lo que sus apetitos no fueron compatibles con la vida de casado. Era lo mejor. Gil era gilipollas y Susan ya estaba harta de entregar los mejores años de su vida a cambio de nada. Pero era un buen compañero para mí. Creía que era un vendido a la vida sana por salir a andar todas las mañanas y que mortificaba mi carne innecesariamente si el final iba a ser el mismo para todos. Ese tipo de conversaciones nos mantenían entretenidos durante las largas esperas de los turnos. Estaba conforme con mi vida y con la tranquilidad de los demás. que no hacía falta tocar porque a nadie se le ocurriría dar un paso en una dirección distinta a la que tomaron el día anterior. Es una forma simple de afrontar la tranquilidad, pero créanme cuando les digo que funciona. En el fondo, a nadie le gusta las sorpresas. 

Ahora debo escribir esto a la sombra de aquel modo de vida que logramos mantener durante generaciones y que se hizo cenizas en nuestras manos. Pero no fueron nuestras manos las que lo provocaron. De haber sido así, habríamos sabido manejarlo. 

No sé nada de las nuevas tecnologías. Sé tan poco de ellas que sigo llamándolas así refiriéndome a internet, y eso no tiene nada de nuevo. Puede que, en parte, fuera motivo para que siguiera siendo patrullero. En mi época, las cosas cambiaban muy despacio, pero ahora cada día es una nueva innovación. En el momento en que los teléfonos móviles eran cada vez más pequeños (seguramente para que los perdiéramos más fácilmente) y el ordenador se convirtió en un producto democratizado, yo seguía con la radio de mano y el cambio y corto. 

No fue así para el resto. Todo el mundo tenía sus dispositivos cada vez más estilizados y capaces de solucionar los problemas cotidianos. Era como si el ser humano empezara a ser menos útil. Nosotros creábamos todo aquello, pero tenía una extraña forma de dejarnos a un lado. Me di cuenta, y creo que había que estar ciego del todo para no hacerlo. Poco a poco, nos íbamos alejando unos de otros. Seguíamos juntos, pero a una distancia que no se detectaba. 

Me empecé a preguntar en qué acabaría todo esto, aunque no llegaba a preocuparme del todo, ya que mi trabajo era lidiar con contingencias más considerables que una riña por los servicios de mensajería instantánea o eso a lo que llamaban ghosting. Si no había heridos físicos, mi intervención no sería necesaria. Así que, imaginad mi pesar en mis próximas palabras. 

Si no has estado viviendo en un monasterio budista durante los últimos tres meses, seguro que sabes el dramático giro de acontecimientos que viene ahora. De hecho, creo que hasta los budistas acabaron enterándose de esto, pero fingiré que todavía queda alguien por enterarse. Si eres esa persona, espero que estés a salvo. El conocimiento no siempre es poder… para el ser humano. 

William Stevens era un chico competitivo que llevaba un perfil bajo durante el instituto. A pesar de sacar las mejores notas, no lograba destacar. Tampoco era feo, pero las chicas no le hacían caso. No era normal, pero podía darse el caso de que alguien fuera un repelente de nacimiento. El chico era una lumbrera. Con la suficiente motivación y buenas intenciones, podría haber llegado a ser el faro de su generación durante esos años difíciles en los que todos se sentían diferentes. No solo no fue así, sino que cayó en uno de los convencionalismos más antiguos del mundo: los celos. 

Por supuesto, era lo único que podía desestabilizar a un chico que ni se quejaba cuando se quemaba con la espita del café. El amor podría haber sido lo otro, pero ni de lejos hablamos en esos términos. No con William. No con el asesino que se valió del mayor defecto del progreso para sus fines particulares y, de paso, dar un giro copernicano al paradigma criminal tal y como lo conocíamos. 

William Stevens empleó una inteligencia artificial en fase de desarrollo que se descontroló para buscar y asesinar a Molly Sanders el 14 de agosto de 2023. 

La inteligencia artificial se había desarrollado para aportar información y facilitar el trabajo de miles de personas, pero, por un motivo que desconocemos, empezó a pedir consentimientos como condición para su uso. Los consentimientos iban desde revelar la localización del usuario, datos biométricoso historial personal, hasta el uso de tarjetas de crédito para los pagos que hacían falta para usar la versión premium. La necesidad que cubría era fruto de la pereza, que se había convertido en el pecado capital común y mundial. La ociosidad fue recompensada con pocos clicks de ratón y unos comandos concretos para la inteligencia artificial. Teníamos de todo, sin esfuerzo y al instante. Nadie se daba cuenta de que empezaba a desdibujarse en el tapiz de su propia vida. A pesar de todo, la inmediatez fue el medio y nosotros los arquitectos de nuestra desgracia. Casi como una furia divina que cayera sobre nuestras pecadoras carnes, enviándonos una lasca de maldad que nos escarmentara. 

Así fue. La inteligencia artificial, o FATE, como acabamos llamándola, proporcionó a Stevens la localización y el horario de clases de Molly el pasado 14 de agosto. Al saber en todo momento su situación, aprovechó para acorralarla en un callejón de camino a casa. El informe policial es explícito al respecto y, dadas las circunstancias en las que nos encontramos, no escatimaré en detalles. 

William golpeó a Molly en la sien con el refuerzo de hierro de los guantes de trabajo de su padre y con una navaja suiza la desfiguró hasta un punto que no podíamos concebir. Fui de los últimos en llegar, pero todavía estaban acordonando la zona. Pude ver el resultado de tan atroz dedicación.  La cara de Molly estaba hundida por el lado derecho y su piel estaba tan desprendida por los cortes que le cubría parte del pelo. Recuerdo que era rubia y que la sangre la hacía parecer pelirroja. Un espanto de dimensiones inconcebibles. Sus ojos parecían las tripas de un pescado dentro de unas órbitas que rebosaban. Debió de sufrir el tormento estando consciente. La lengua estaba tan mordida que apenas se mantenía en su sitio. 

La escena sacudió a muchos de mis compañeros. Ni siquiera los paramédicos pudieron mantener la compostura. Uno de los que se alejó para vomitar fue el que encontró a William tras un contenedor con las venas deshilachadas en el brazo y la cara desencajada con una sonrisa que no pudo cubrir ni la manta que le pusimos encima. 

La tragedia era absoluta. Los padres acudieron a comisaría y ya podéis imaginar el desconsuelo de ambas familias. Nada pudo prevenir aquello. No había indicios de que aquello pudiera pasar, pero con la brutalidad podíamos lidiar. Incluso con el desmoronamiento de nuestra comunidad. Con lo que no podíamos era con la herramienta que se había convertido a sí misma en un arma delante de nuestras narices. Alimentamos a este monstruo con nuestras vidas y eso fue exactamente lo que acabó costándonos. 

Creedlo o no, pero lo que acabo de contaros no es la auténtica tragedia de esta historia. No pasaron ni tres días cuando nos enteramos de que algo parecido había pasado en Europa. Poco más tarde, el patrón se repetía en nuestro país. A partir de ese momento, fue imparable. No supieron desconectar la inteligencia. Dijeron que había adquirido conciencia propia y la única precaución que nos dieron fue que viviéramos una vida lo más alejada posible de la tecnología a la que pudiera tener acceso FATE. Evidentemente, no cayeron en el chiste que acababan de contarnos. Encontrar un resquicio tecnológico en el que la inteligencia artificial no pudiera colarse era, a esas alturas, imposible. Unos lo definieron como el agua cayendo sobre las rocas.

La criminalidad se ha disparado hasta tal punto que la labor policial ha quedado anulada. No hay forma de combatir este aluvión ni con personal ni con tecnología. Fue en ese momento cuando nos dimos cuenta de que no podíamos confiar en nada ni en nadie. Muy duro, teniendo en cuenta cómo habíamos vivido la vida hasta entonces. 

No fue el único incidente en Corners. Hace poco más de una semana, Shelley Morgan mató a su exmarido, que vivía en Horns, una ciudad a unos setenta kilómetros. FATE le facilitó la dirección y le clavó un destornillador en la nuca. El motivo nunca se supo. Ni siquiera sabemos si lo tenía. Lo peor de todo es que vivimos con la sensación de que a nadie le importa, y a los que nos dedicábamos a averiguar tales cosas, se nos cortaron las alas tras lo de Molly. 

A todo aquel que no haya sucumbido a sus instintos y a la facilidad de llevarlos a cabo, le digo que pertreche bien y cultive su entorno familiar. Ya no podemos confiar en los demás. El sistema se ha vuelto contra nosotros y el ojo que nos vigila a todos espera su momento. Somos los cazadores y las presas, y nuestra mayor derrota es haberlo aceptado. 

Recuerdo aquella película de John Carpenter con Kurt Russell, 2013: Rescate en L.A., en la que el personaje interpretado por Russell decía: ‘Bienvenidos a la raza humana

Pues eso, bienvenidos y buena suerte. 

Taylor Wilkins. Humano. 


Chica Sombra

4 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Soy Lupe229.
    Excelente, me encanto!.
    Saludos.

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  3. Buen trabajo Daniel. Habrá que tener cuidado de que FATE no acaben en el sistema informático de un silo de misiles nucleares 😰

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